Frente a la tensión política y la crispación que causa el conflicto por la polémica elección del almacén de residuos nucleares, contrasta la pasmosa tranquilidad que transmite el presidente catalán, José Montilla, ante ese problema. Tardó más que nadie a pronunciarse en contra, pero cuando lo hizo fue de forma rotunda, y ampliando la negativa a aceptar la infraestructura no solo en Ascó, sino en cualquier punto de Cataluña. Su partido tampoco ha anunciado sanciones contra el concejal de sus filas que votó a favor de la solicitud. Y tampoco ha tenido problemas en permitir que su grupo parlamentario presente una resolución con el resto de fuerzas del tripartito que se votará en el pleno del Parlament para exigir al Gobierno de Zapatero que desestime "de manera definitiva" la propuesta de Ascó.

La tranquilidad de Montilla solo tiene una explicación. Su convencimiento, basado en conocimiento de causa por haber sido el promotor del almacén cuando era ministro de Industria, de que la opción de Ascó está descartada. Zapatero no quiere hacer de este tema un conflicto con Cataluña, ni puede permitirse perjudicar a uno de los bastiones autonómicos socialistas que quedan, a las puertas de las elecciones autonómicas. Que una instalación así requiere "consenso social, territorial y político" es una frase utilizada por Montilla, Zapatero o Chaves. Y en Cataluña, estas condiciones no se dan.