"Señor ministro, tienes una misión en estado de revista, como dicen los militares", dijo, satisfecho, Juan Antonio Yáñez, el embajador de España ante la ONU. Pese a la vorágine que cada otoño causa en Nueva York la invasión de líderes mundiales, llegados para participar en la Asamblea General de las Naciones Unidas, Yáñez había logrado que Miguel Angel Moratinos, ministro de Exteriores, hiciera un alto en las reuniones, entrevistas y contactos políticos para que, el miércoles, acudiese a inaugurar la nueva sede de la representación española ante el más importante foro mundial.

Se trata de una embajada errante pues, en el medio siglo transcurrido desde que España ingresó en la ONU, en 1955, la Misión Permanente ante las Naciones Unidas ha cambiado cinco veces de domicilio. "Yo espero que esta quinta sede abra la puerta a un enclave permanente, cuando el ministro de Economía y Hacienda nos lo permita, porque el compromiso de España con las Naciones Unidas es permanente", comentó Moratinos ante la variopinta multitud que le escuchaba. El expresidente Felipe González navegó fugazmente entre funcionarios, incluyendo veteranos como Patricio Rueda --"el español que llegó más alto en la ONU" y se jubiló como secretario general adjunto para Administración y Gestión--, y Mitzy Iturriaga --la eficacísima secretaria del diplomático que, tras 30 años al servicio de siete embajadores, "es el alma de esta casa", como resaltó Yáñez.

Desde su nueva atalaya, en el piso 36 de un esbelto rascacielos de la Segunda Avenida, a cinco minutos del palacio de cristal de la ONU, España mira ahora adelante con "más peso", comentó Moratinos. No en vano es el octavo contribuyente al presupuesto del organismo, compuesto por 192 países, y está jugando un papel de líder en asuntos vitales como la nueva estrategia global contra el terrorismo y la Alianza de las Civilizaciones.

Una España distinta

Como bien recordó Yáñez, "es otra España", radicalmente distinta de la que entró como el pariente pobre en la ONU, representada por embajadores de la dictadura como el abuelo del expresidente Aznar, Manuel Aznar Zubigaray (1964-67).

En los pasillos de la ONU aún se recuerda a Jaime de Piniés, el desaparecido diplomático que representó a España durante 16 años y que, en 1985, fue elegido presidente de la Asamblea General a título personal. "Protagonizó el momento más divertido, cuando tuvo el zapatazo con el ruso", recuerda Mitzy Iturriaga. Corría el año 60 y Piniés no era más que embajador adjunto, pero hizo frente a Nikita Kruschev cuando el iracundo primer ministro soviético se quitó el zapato y la emprendió a golpes contra su escritorio para acompañar su diatriba contra España, ante la atónita Asamblea General. "Era todo un personaje y fue él quien hizo que se conociera a España en la ONU", recalca Mitzy.

Para ella hay un aspecto muy importante, "que nadie ve", en la constante labor diplomática española ante las Naciones Unidas.

Ferviente defensor del multilateralismo cuya máxima expresión es la ONU, Miguel Angel Moratinos se mostró orgulloso de la nueva sede, más amplia y a mayor altura que la anterior. Todo un símbolo.