En democracia, el 12 de octubre jamás ha sido un acto de reafirmación nacional. Como es tradición, un vistoso desfile militar y una selecta recepción bastaron ayer para celebrar la Fiesta Nacional en Madrid, mientras los españoles gozaban del día libre ajenos a toda alharaca patriótica. Pero esta vez, la España política, encarnada en las altas autoridades del Estado, asistió a los actos con una indisimulable comezón. ¿Puede Cataluña proclamarse "nación" en el Estatuto sin diluir la "indisoluble unidad de la nación española"? ¿Los catalanes quieren remozar España o fragmentarla? Estas y otras preguntas se hacía una clase política que, a vueltas con la "nación" catalana, estaba para pocos festejos.

Los ademanes de fría cordialidad menudearon en la tribuna de autoridades de la plaza de Colón, donde las Fuerzas Armadas y tropas iberoamericanas desfilaron bajo la inmensa bandera rojigualda que izó José María Aznar y nadie ha osado arriar. Aplausos para el rey Juan Carlos, pitidos aislados para José Luis Rodríguez Zapatero y miradas de soslayo para Pasqual Maragall. Crudo exponente de esa tensión latente fue el silencioso apretón de manos entre el presidente catalán y el extremeño Juan Carlos Rodríguez Ibarra, que la víspera lo había tachado de "desleal". Ni la gélida acogida ni los reproches que le formuló al oído Esperanza Aguirre hicieron que Maragall perdiera la compostura ni el buen humor.

TEMA OMNIPRESENTE Al finalizar la parada militar, la familia real, el Gobierno, los presidentes autonómicos --ausente de nuevo Juan José Ibarretxe, entre otros-- y el resto de las autoridades se trasladaron al Palacio Real. Donde, tras casi una hora de besamanos, se abrieron los salones y empezaron a circular canapés, copas de vino y de cava, refrescos y, sobre todo, cientos de conversaciones simultáneas con la reforma del Estatuto catalán como tema omnipresente.

Ni el Rey ni el príncipe Felipe soslayaron el asunto, aunque siempre "a título individual", como remachaban tenaces los funcionarios de la Zarzuela. Sea: a título individual, el Monarca hizo cuanto pudo por tener una breve charla con Maragall, a quien transmitió ante testigos sus temores e inquietudes respecto al Estatuto. Su rostro no irradiaba esta vez la calurosa campechanía con la que suele obsequiar a sus invitados.

Minutos antes, también Zapatero había mantenido un breve aparte con Maragall. El presidente volvió a expresarle sus dudas sobre los puntos más controvertidos del Estatuto --nación, financiación, blindaje...-- y, cómo no, su confianza en que al final será posible un acuerdo satisfactorio para todos. Otra cosa es saber si satisfará a todos por igual.

Con el viento de las encuestas en su contra, medio PSOE alborotado por la reforma catalana y el PP acorazado en la trinchera patriótica, Zapatero exhibió ante los periodistas muestras sobradas de aplomo. Por su parte, José Bono, remachó que, si no cambia la Constitución, "nación sólo es España". El ministro de Defensa no tuvo empacho en calificar de "obscenidad democrática" que un territorio, en alusión a Cataluña, reivindique tener más derechos que otros.

OIDOS SORDOS Pero Maragall, ensordecido por el ruido político y mediático que le silbaba en los oídos, siguió abrazado a su optimismo. Seguro de que "a Zapatero no le molesta el término nación ", el líder catalán desoyó los negros augurios de Ibarra y vaticinó que Cataluña refrendará su Estatuto en junio del 2006.