El ojo público captó la felicidad de Cristina de Borbón aquel 4 de octubre de 1997 elegido para casarse con Iñaki Urdangarin. Príncipes de Barcelona, celebró en portada este diario. La infanta y el balonmanista, un título de película de amor. Nuestra web abrió la víspera del pasado Jueves Santo con una captura bien distinta: El duque informó a su esposa sobre los clientes de Nóos, según correos entregados al juez por el exsocio Diego Torres.Entre los dos titulares han trascurrido más de 15 años. Como en la vida de los Urdangarin, han caído rayos, truenos y granizo hasta eclipsar ese tiempo tan feliz. Y no escampa. El huracán judicial que azota al casi exduque de Palma amenaza también con arrancar a la infanta de la foto. Nada augura que a película tendrá un hermoso the end. Es posible saltar de la comedia al drama Nada es producto del azar. La realidad supera a la ficción, como advierten a veces los créditos del séptimo arte.

Cristina tendría que buscar a Luis Eduardo Aute para que le aclare por qué los sueños son cine y con qué riman las pesadillas.

¿Una vida de película?

Antes de mudarse a la mansión de los 12 millones de euros, el matrimonio vivía en un piso más modesto -300 m2, cerca de la Cruz de Pedralbes-, a Cristina se le adivinaba una sonrisa, cándida y esforzada, como la de Amparo Soler Leal en La gran familia (1962). Con Iñaki en el papel del aparejador Carlos Alonso -Alberto Closas-, y los cuatro hijos (tres chicos y una chica, Juan, Pablo, Miguel e Irene) componían una hermosa foto de libro de familia numerosa con derecho a descuentos.

La descendencia Urdangarin no llegó a los 15 vástagos del filme, con lo cual se ahorraron buscar al benjamín perdido una Nochebuena. Ni Juan Carlos tiene la ronquera de Pepe Isbert -«¡Chencho, Chencho! ¡¿Dónde estás, Chencho?»,- para advertir, con tono solemne de discurso navideño, que «la ley es igual para todos» cuando estaba claro que Iñaki era un yerno trincón.

La gran familia tuvo algunas secuelas con José Luis López Vázquez de padrino multitudinario. El papel no le cuadra a Diego Torres, el exsocio, examigo y compañero de juzgado del duque en el caso Nóos. Carece de vertiente cómica.

Crónica de las vísceras

Algún cinéfilo que querrá ver en Cristina de Borbón a la Liv Ullman de Secretos de un matrimonio (Ingmar Bergman, 1973), aquella Marianne enamorada en extremo del castrador Johan. El rostro de la infanta recuerda a la actriz sueca, musa de cineclubs. La mirada lánguida pertenece ahora a la hija del Rey. Esquiando en Baquèira Beret, almorzando protegida por los setos del Club de Tenis Barcelona o a bordo del Golf GTI rescatado del garaje para aparentar modestia.

La metáfora del cine en las garras de un cronista de las vísceras puede ser muy cruel. Jaime Peñafiel elegiría La guerra de los Rose (1989) para un final desgarrador, estrellados contra el mármol del recibidor tras discutir colgados de una lámpara de la reina Victoria. Oliver Urdangarin (Michael Douglas) y Barbara de Borbón (Kathleen Turner). A día de hoy, algo tiene Cristina de la hermosura de la protagonista de Fuego en el cuerpo y El honor de los Prizzi. ¿Sabe el matarife que de aquella boda del 97 salieron, al menos, cuatro divorcios? Los de Felipe González y Carmen Romero, Francisco Álvarez-Cascos y Gema Ruiz, Joan Clos y Ángels Bítria, Rodrigo Rato y Mariángeles Alarcó.

Si alguien destripó a Urdangarin al anunciarse el compromiso con la infanta, ese fue Peñafiel, pero por jugar a balonmano, con RH negativo en las venas. No por lo que pudiera sospecharse en aquella época en la que la prensa se deshacía por tan moderna elección.

La hemeroteca pone negro sobre blanco y enrojece a quienes loaron a Iñaki y Cristina como ilustres vecinos, años después de la boda en la catedral de Barcelona. Pilar Rahola, tertuliana múltiple, los piropeaba en septiembre del 2008, no hace tanto, en un reportaje del diario El País: «Son una pareja muy salada. Están muy incardinados en la sociedad catalana; son discretos, sencillos y caen bien». Cuatro años después, la columnista del Grupo Godó comparó a Urdangarin con Luis Roldán. «Escalaron hacia arriba y probaron el néctar de los dioses; usaron presuntamente el nombre de la institución para usar el dinero público en favor propio; hicieron ostentación de su riqueza sin pudor, y creyeron que la institución estaba blindada ante la persecución de sus abusos». No es la única abrillantabotonaduras que hoy dispara mientras el sheriff Castro, el juez del caso Nóos, alumbra a los taquígrafos.

El proceso judicial en torno a los negocios de Urdangarin es la mayor presión que sufre la monarquía después del 23-F . Cacería de Botsuana aparte. ¿Hasta dónde puede comprometer a su esposa? Las actas de Nóos la liberan en principio de una posible imputación. ¿Es creíble que desconociera cada una de las acciones de su esposo? ¿Hay pruebas de lo contrario? Los correos electrónicos entregados por Diego Torres en la Audiencia indican que la infanta estaba bien informada.

Cristina es una mujer fuerte, una enamorada que nunca se alejará del hombre que le atrapó el corazón. La rumorología traza sendas distintas, una perversa metáfora cinematográfica: quieren verla como la esposa despechada y confidente que interpreta Sharon Stone en Casino (1995). Como si Urdangarin fuese el gánster encarnado por Robert de Niro, y Diego Torres, Nicky Santoro (Joe Pesci), el traidor cuyo cadáver se pudre bajo un inmenso maizal.

El ojo público sobre los 15 años de matrimonio describe un trávelin de los cuatro últimos, desde los gestos de amargura de Urdangarin esquelético, Cristina ojerosa protegiendo a sus hijos mientras la perplejidad y la melancolía invaden a la familia real. Continuará.