Andrés Zaldívar, un hombre bajo, semicalvo y bien trajeado, siguió ayer con asombro el debate sobre el estado de la nación. Zaldívar es el presidente del Senado chileno y, por lo que vio desde la tribuna de invitados, debió de pensar que la Madre Patria se había desmadrado. La algarada fue monumental. Además de los habituales murmullos, carcajadas, aplausos y palmotazos en el pupitre, ayer zumbaron los insultos entre la bancada popular y la socialista. No se libraron ni el presidente del Gobierno ni el líder de la oposición, que recibieron gritos de "mentiroso" y "corrupto".

"Esto no es un campo de fútbol", tuvo que recordar a voz en cuello la presidenta de la Cámara, Luisa Fernanda Rudi, cuyos continuos llamadas al orden resultaron inútiles. Era la guerra: José María Aznar libraba su último gran debate como presidente; José Luis Rodríguez Zapatero se fajaba por última vez antes de las elecciones de marzo próximo.

LA FURIA DE CUESTA

Los dos contendientes se zurraron con todo lo que encontraron a mano: con el Prestige , con la educación, con Irak, con el modelo territorial. Pasqual Maragall y Marcelino Iglesias escucharon imperturbables desde la tribuna de invitados cómo Aznar los citaba como ejemplos de la falta de autoridad de Zapatero.

Uno de los momentos de mayor tensión ocurrió cuando el presidente criticó los pactos del PSOE con formaciones nacionalistas en Navarra. El socialista Alvaro Cuesta reclamó a Aznar que respetara a los concejales de su partido en aquella comunidad exhibiendo carteles que mostraban amenazas contra los ediles.

Pero la trifulca de verdad- verdad se armó por cuenta de la crisis de Madrid. El tema lo sacó Aznar al empezar su discurso triunfal. Zapatero contratacó con una furia inusual para su estilo bamby y acusó al PP de propiciar el "golpe" en Madrid. Envalentonado, evocó más casos de corrupción en las filas populares y preguntó quién había asumido responsabilidades en el PP. "Chismes de barrio", replicó Aznar.