En España separar a la Iglesia del Estado nunca ha sido fácil. Durante años fueron juntos y el peso de la Iglesia era muy fuerte. Por no hablar de la alianza entre dictadura y jerarquía, complicidad que actitudes como la de Carrasco i Formiguera --el democristiano catalán ejecutado por Franco-- y la de los católicos vascos en la guerra civil impiden extender a toda la Iglesia. Y más todavía con la actitud posterior del abad Escarré, Ruiz Jiménez, Gil Robles, el cardenal Tarancón y los sindicalistas salidos de la HOAC (Hermandad Obrera de Acción Católica).

Por esto, y para no repetir errores históricos, en la transición se definió un Estado aconfesional --no laico-- para que la religión no originara enfrentamientos graves. Y esa voluntad grosso modo se ha respetado. La ley de divorcio se vota con un Gobierno de UCD, y la del aborto, con el primer Gobierno socialista, pero el PP no la toca en sus ocho años de mandato. Cierto que ha habido grandes protestas contra algunas leyes, como la de los matrimonios homosexuales tras la vuelta al poder del PSOE. Pero poco que ver con la crispación de los años 30. Entre otras cosas porque la oposición del PP es nominalista. Rajoy propone uniones, con los mismos derechos salvo el nombre. No es para que la sangre llegue al río.

La visita del Papa se enmarca en esta conllevancia. Hay no creyentes molestos por signos religiosos en la vida civil y católicos que creen insuficiente el respeto a los valores cristianos. La jerarquía se rebela contra el nuevo aborto pero Gobierno y Vaticano (no Rouco) pactan muchas cosas, entre ellas la financiación de la Iglesia. Y nadie rompe la baraja porque las ventajas de una mayor coherencia quizá serían inferiores a los inconvenientes.

Así ha sido la visita del Papa del fin de semana: gestos para la Iglesia catalana, la lengua y Barcelona; compensación a Rouco con la catedral de Santiago; discurso tradicional pero cordialidad con las solícitas autoridades de los partidos laicos... Solo ha habido la excepción. Decir que en España domina un laicismo agresivo que recuerda el anticlericalismo de otras épocas cuando no hay nada que rememore la quema de iglesias, no se expulsa a ninguna orden religiosa y el Estado ayuda a la financiación de escuelas católicas ha sido calificado por el vicepresidente Rubalcaba de poco diplomático. Es una falta a la verdad histórica, algo impropio de un hombre culto como Ratzinger. ¿Quién le dio al Papa la chuleta averiada del avión y por qué? Es una senda retro que algunos --que presumen de modernos-- recorren al reprochar al presidente del Gobierno el no haber asistido a ningún acto religioso. Creía que las misas obligatorias acabaron hace muchos años.