Presidente de la Junta de Extremadura

En este año en el que celebramos este Día de Extremadura, se han cumplido 20 años de la aprobación de nuestro Estatuto de Autonomía. Creo interpretar el sentir general de la inmensa mayoría si digo que los extremeños nos encontramos cómodos en nuestra condición de extremeños, españoles y europeos. No sentimos que nuestros problemas vengan por esa triple condición. Ser extremeños de hoy no es un perjuicio, ser españoles tampoco, y ser europeos tampoco. Podemos entender que otros ciudadanos no se sientan cómodos en esa triple definición y hasta comprenderíamos que intentaran modificar lo que creyeran oportuno, por métodos democráticos, para conseguir un nivel de comodidad que les resulte más satisfactorio. De igual manera que sería absurdo que algunos exigiéramos que todos los extremeños se sintieran extremeños en la forma en que decidiéramos unos cuantos, también lo es que otros pocos, por muchos que sean, estén empeñados en exigir una uniformidad para los españoles que desean ser o sentirse españoles de otra manera. Siéntase español como quiera, incluido el derecho a no sentirse español, debería ser el lema que apueste por una convivencia sensata y libre entre nosotros. Por el contrario, utilizar el sentimiento como instrumento de descalificación política, constitucional o personal es una insensatez que nos lleva de nuevo al conflicto, a la enemistad y al deterioro de nuestras relaciones.

Si queríamos la democracia era, sobre todo, para que pudiéramos convivir libremente entre nosotros sin importar la forma de pensar o de sentir de cada uno de nosotros. Tan respetable es creer en Dios como no creer, ser de derechas o de izquierdas, ser trabajador o empresario, tener la piel blanca o de otro color, ser heterosexual u homosexual, formar una familia tradicional o formar una familia de hecho, haber nacido aquí o en cualquier parte. Lo único exigible para todos es respetar la forma de ser o de pensar de cada uno, la solidaridad entre todos los miembros del colectivo, independientemente de la forma de ser o la procedencia de cada uno, y la aceptación de las reglas que dicta la mayoría para que la convivencia funcione.

Tendríamos que saber distinguir claramente entre quienes nos quieren arruinar la convivencia y entre quienes quieren otras reglas distintas para que la convivencia mejore o sea diferente. En el primer caso están los que matan al que no piensa o siente igual, o los que descalifican gravemente a los que aspiran legítima y democráticamente a establecer otro sistema de relaciones o convivencias. En el segundo caso estamos los que queremos que nos dejen vivir, ganarnos nuestro futuro, entendiendo que otros quieren vivir y ganarse su futuro de otra forma.

Quienes llegan tarde a los acontecimientos pretenden que lo bueno empiece a partir del momento en que ellos han llegado y, a poder ser, convertirse en los principales protagonistas de la historia. Quienes estuvimos desde el principio pretendemos que se mejoren las cosas para que no vuelvan a ocurrir hechos que nos devuelvan al desasosiego y al enfrentamiento. Quienes llegaron tarde a nuestra Constitución pretenden ahora convertirse en los defensores a ultranza de la misma. Pero para defender ahora la Constitución es necesario que haya alguien significativo que la ataque. Y si eso no ocurre, no tendrán más remedio que inventarse un enemigo al que zaherir y vilipendiar para que así surja la figura alta, impresionante y valerosa del defensor.

Ocurre que ese juego termina siempre mal, los ánimos se enconan y al final, es decir ahora, todos terminamos equivocándonos de enemigo. Por eso, enderezar el cañón del fusil si está torcido, y ahora lo está, es una de las necesidades urgentes de la democracia española.

Quienes llegaron tarde a la Constitución no pueden confundir el deseo de algunos de modificar determinados aspectos de la misma para que todos nos sintamos mejor siendo españoles, con el deseo de quienes no quieren modificar la Constitución para ser otra forma de ser españoles sino, sencillamente, para dejar de serlos en un proceso de secesión no concertado. A los primeros se les puede discutir sus propuestas desde la lealtad democrática; a los segundos se les debe hacer sentir el vértigo que para esa parte de la población significaría una aceptación por nuestra parte de sus iniciativas. Tenemos que conseguir que no seamos los españoles que queremos seguir siéndolo, de la forma que cada uno considere mejor, los que sintamos el vértigo por el intento de secesión de un territorio, sino que ese vértigo, el miedo a lo desconocido, a la falta de futuro, el camino directo al abismo lo sientan los que proponen semejante aventura o los que ven con indiferencia o comprensión esa aventura inútil y suicida. Y todo eso vamos a jugárnoslo en meses.

En el Día de Extremadura, en el veinte aniversario de nuestro Estatuto y en el veinticinco aniversario de la Constitución, reitero nuestro compromiso con Extremadura y con España y nuestro firme propósito lealtad con el gobierno de España en la defensa de estos principios.