Han llegado. Han aparecido los viejos en las plazas de nuestras ciudades, y con ellos, lo que parecía una revuelta se solidifica y huele a más. A serio. Son caras afables, ancianos y ancianas que, tras sobrevivir a una dictadura letal, se niegan ahora a vivir en una democracia que les vende bienestar a cambio de silencio y se sientan con los jóvenes. Hoy un contingente al que se creía sumiso por exhausto también ha dicho "basta". Han llegado a las plazas con los justificantes de sus pensiones y se han sentado con una sonrisa solidaria, con la fuerza de los justos, de los que ya pelearon hace mucho y saben que la pelea, aunque se pierda, dignifica. Han llegado los jubilados con ganas de dar guerra y, de pronto, los que mandan y los que codician el mando, los que hablan, tienen miedo, porque saben que son muchos, y también dignos.

Han llegado los viejos, y los indignados encuentran la tierna compañía de los más dignos: los ancianos, nuestros grandes olvidados, los que el sistema ha ido arrinconando con un falso bienestar que ahora se les retira porque no son ley de Mercado, se han puesto en marcha, y ahora son abuelos y nietos los que se revuelven en las calles contra las urnas, acampados y organizados.

Han llegado los viejos y los jóvenes se emocionan porque, de algún modo, hacían falta. "Queríamos volver a veros, recuperaros y reincorporaros al grupo. Hay sitio para vosotros", empiezan a decir los indignados, haciéndoles sitio en los mismos bancos en los que hasta hace poco nuestros mayores se sentaban a ver pasar la vida, quejándose de la desidia y de la falta de valores de los chicos. "Estos chicos tienen valores", empiezan a decir. Y se emocionan porque, de pronto, alguien dice que son necesarios, que no son solo un voto sino también una voz que hay que escuchar.

Nuestros viejos han hecho lo que nadie esperaba ya de ellos. Han vuelto. Esto va en serio.