ETA siempre ha responsabilizado a los demás de sus fracasos. Salvar la cara ante los suyos ha sido norma de la casa. Lo hizo cuando las conversaciones de Argel se fueron al traste y lo repitió al calificar de "trampa" la tregua que ofertó al Gobierno del PP. Hoy no reconoce que en las anteriores ocasiones se negó a tratar solo de presos y de desarme, ni que se ha pasado 30 años exigiendo una negociación política que no protagonizará.

ETA llevaba años reclamando la negociación política y cuando, en 1988, se le presentó la primera oportunidad, no estaba preparada para afrontarla. Así lo ha reconocido en sus documentos internos más sinceros al analizar que en el proceso de Argel dominó la precipitación.

Las conversaciones que representantes del Gobierno de Felipe González y ETA mantuvieron en Argel a principios de 1989 supusieron que, por primera vez de manera oficial, se reconoció la existencia de la banda y se le dio carácter de interlocutora.

La decisión del Ejecutivo se produjo tras constatar que los intentos de debilitar a la banda a través de la implicación activa de Francia no daban resultado. Tampoco resultó eficaz la guerra sucia de los GAL. Los partidos brindaron a González el apoyo que necesitaba al apostar todos, menos Herri Batasuna, por el acuerdo de Ajuria Enea (1988).

Meses después del fracaso, la dirección de ETA asumió que ni los ritmos marcados en aquel diálogo, ni los contenidos se habían atado convenientemente. Admitió que el equipo de interlocutores carecía de un plan de actuación. En sus boletines, la cúpula adoctrinó sobre la importante "experiencia" adquirida y se justificó diciendo que "lo que se pretendía básicamente era certificar el mínimo de voluntad política" del Gobierno.

La "tregua trampa"

Para cuando ETA ofreció un alto el fuego al Gobierno de José María Aznar, en septiembre de 1998, ya se había forjado un acuerdo político --el Pacto de Lizarra-- básicamente entre los partidos nacionalistas vascos. Ni populares ni socialistas se enrolaron en el acuerdo y ese fue, según se reconoció más tarde, el gran error del nuevo intento de poner fin a la violencia.

ETA contó luego que la única razón para declarar la tregua fue el acuerdo con el PNV y Eusko Alkartasuna para tratar de "esclarecer su ambigüedad histórica" sobre el futuro político de Euskadi. Hasta llegó a dar la razón al entonces ministro de Interior, Jaime Mayor Oreja (PP), y declaró que aquella había sido "tregua trampa."

La banda divulgó luego sus reuniones con PNV y EA, y hasta el acta del encuentro que mantuvo con los representantes del Gobierno de Aznar en Suiza. Culpó a los partidos nacionalistas y al Ejecutivo popular del final de la tregua por "no cumplir ni siquiera lo poco que se había acordado". De esta forma, volvió a justificar de nuevo el fracaso.