La redada de islamistas en Barcelona pone en peligro la cooperación antiterrorista con Francia. Los servicios franceses de la lucha antiterrorista han manifestado su enfado al Ministerio español del Interior por la decisión de la Guardia Civil, con autorización del juez ismael Moreno, de emplear como prueba principal contra los detenidos la declaración de un testigo protegido. La indignación francesa se debe a que ese testigo era un infiltrado que sus servicios secretos tenían en los entornos radicales paquistanís y facilitaba información de primer nivel. Según fuentes del Interior, al designarlo como testigo protegido, ese infiltrado "está quemado", "su vida corre peligro" y "los franceses se han quedado sin una de sus mejores fuentes en los entornos yihadistas paquistanís de Al Qaeda".

La intención inicial era "no quemarlo", según esas fuentes. "Si todo hubiera ido como estaba previsto, no hubiera sido necesario utilizarlo como prueba clave. El había informado de que en el piso íbamos a encontrar los explosivos. Pero entramos y los explosivos no estaban. Así que la única manera de poder procesar a los detenidos era emplear su testimonio sobre el plan de los terroristas, convirtiéndolo en testigo protegido", cuentan fuentes del ministerio, que reconocen que la consecuencia de esto es que "ahora ese infiltrado ya ha sido desenmascarado".

Esto es lo que ha indignado al espionaje francés, que "prestó" al infiltrado al Centro Nacional de Inteligencia (CNI) "siempre con la condición de que no lo quemaran, ya que era uno de sus mejores hombres", según fuentes del Interior. "La decisión de la Guardia Civil y del juez de quemar al infiltrado comprometen la cooperación internacional en materia de inteligencia", dijo a este diario un experto policial en antiterrorismo. Ahora, los responsables del Interior intentan calmar a sus homólogos franceses para que no afecte a la cooperación en la lucha contra ETA.

El papel de ese infiltrado ha sido clave para abortar el plan terrorista, que pretendía que cuatro suicidas se hicieran estallar en varios puntos de Barcelona.

Ese infiltrado era un paquistaní que, a sueldo del servicio secreto francés, había logrado hacerse pasar por voluntario yihadista, ser captado por las redes de reclutamiento y enviado a un campo de entrenamiento terrorista en Waziristán (Pakistán), gestionado por Tehrik-i-Taliban Pakistan, liderado por el emir Baitulá Mehsud.

CONTACTO EN TARIK BIN ZIAD Allí, Mehsud le encargó unirse, como terrorista kamikaze, a la célula terrorista que iba a cometer el atentado en Barcelona, a donde llegó en tren el 16 de enero desde Francia. El infiltrado tenía la consigna de dirigirse a la mezquita Tarik bin Ziad, de la calle de L´Hospital del barrio del Raval de Barcelona, donde los miembros de la célula ocultaban dos bolsas con explosivos.

El viernes 18 de enero, el infiltrado comunicó a los servicios secretos franceses, que lo trasladaron a los españoles, que el atentado en Barcelona iba a ser inminente, desatando la operación de la Guardia Civil.

En la información del confidente se aseguraba que el explosivo estaba escondido en el local de la calle de Massanet. Sin embargo, en los registros solo se encontraron 30 gramos de un explosivo --nitrato de celulosa-- y los restos de otro --triperóxido de triacetona (TAPT)--, insuficientes para perpetrar una serie de atentados que causaran estragos. Eso hizo que, para procesar a los detenidos, que durante los interrogatorios negaron las acusaciones, la Guardia Civil empleara el testimonio del infiltrado, lo que les obligó a revelar su existencia y, por tanto, a "quemarlo".