Tras la tormenta electoral de diciembre, la nueva campaña empieza en una playa desolada donde todos pelean por los restos del naufragio. Cada voto cuenta cuando se trata de conseguir escaños apurando el mecanismo matemático que impone la Ley d'Hont. Por eso los partidos se van a concentrar en las circunscripciones donde se prevé un tanteo ajustado. Y ayer, cuando el CIS dio el pistoletazo de salida con un sondeo que profetiza la estabilidad del PP, el avance de Unidos Podemos, el retroceso del PSOE y el estancamiento de Ciudadanos, ese afán por convencer a la ciudadanía entró en una fase aguda, casi agónica. Nadie se fía de lo que pueda pasar. Lógico, porque la demoscopia nunca fue una ciencia exacta y ahora todavía menos (el pasado diciembre, el mismo CIS asignaba a C's 60 diputados). Además quedan dos semanas clave.

Imperturbable, Rajoy hizo gala de su habitual pachorra para asegurar que un debate entre candidatos, como el previsto para el lunes, no ha de tener mayor repercusión. Bueno... Más le valdrá prepararlo con cuidado.

El PP necesita estirarse hasta los 130 diputados si pretende escenificar algo parecido a una victoria. Seguiría siendo un resultado muy mediocre, lejísimo de la mayoría absoluta y sujeto al albur de los pactos. Pero en el cuartel general de Génova se darían con un canto en los dientes. Rajoy, "estimulado" --declaró-- por los augurios del CIS, sigue convencido de que la España "moderada y responsable" acudirá al reclamo de una campaña polarizada que opondrá sus supuestos logros económicos y su proverbial sentido común al radicalismo de Unidos Podemos. Así, un ligero avance de su partido despejaría el camino hacia la gobernación de España con la ayuda de Ciudadanos y la neutralidad positiva de un Partido Socialista en horas bajas.

Pero es precisamente la extrema polarización lo que parece estar dando alas al tándem Iglesias-Garzón, para desesperación de Pedro Sánchez y de Albert Rivera, que sin embargo se muestran incapaces, sobre todo este último, de olvidarse por un minuto del podemismo. El socialista, manejándose al filo de lo imposible, se ha acreditado como un superviviente nato, un robinsón experimentado capaz de sostenerse en la costa más árida. Ha peleado cada día para llegar al siguiente. Ahora tiene que soportar el viento en contra de un sorpasso que los sondeos anticipan con sádica unanimidad. Si en verdad le vienen mal dadas, ¿qué será de él cuando dentro de su propio partido se produzca el inevitable ajuste de cuentas?

Los trucos de Podemos

Significados cuadros conservadores lamentan que el PSOE "pueda pasar a ser tercera fuerza" (José Manuel García-Margallo), y al mismo tiempo le piden que rectifique y "deje de imitar a Podemos, abriendo la puerta al diálogo con el PP y a los grandes acuerdos" (Javier Arenas).

¿Imitar el PSOE a Podemos? Más bien es Podemos el que imita al PSOE. Claro que lo hace con un enfoque que rompe las reglas de la comunicación política mediante trucos que unos consideran geniales y otros puro frikismo . Como el programa-catálogo de IKEA, cuyos ejemplares se agotaron en la mañana de ayer tras salir a la venta por 1,80 euros. Rompiendo así los protocolos y extendiendo su mensaje desde la izquierda-izquierda hasta la socialdemocracia 4.0, a los de Iglesias casi todo les viene bien: los denuestos de sus oponentes, las críticas que llegan desde todos los rincones del establishment , las descalificaciones... Incluso sus propios errores y salidas de tono. Rebotado, el secretario de Comunicación de Ciudadanos, Fernando de Páramo, se desespera y clama: "El PP es un chollo para Podemos".

Ayer, el Euskobarómetro certificó asimismo las coloridas perspectivas de Unidos Podemos, que podría convertirse en la primera fuerza de Euskadi, desde donde enviaría al Congreso siete diputados (dos más que los obtenidos el 20-D), desbordando al PNV y dejando muy atrás a EH Bildu, PSE-PSOE y PP.

Nada está decidido

Pero nada está escrito. El PSOE no cede. Ciudadanos todavía intenta convertirse en el pegamento imprescindible para que los partidos constitucionalistas acaben entendiéndose de alguna manera, lo que supondría el establecimiento en torno a Unidos-Podemos y sus convergencias de una especie de cordón sanitario político, como aquel que impidió durante decenios que el Partido Comunista de Italia llegara al poder o el que ha mantenido en una posición secundaria y fuera de las grandes instituciones al Frente Nacional francés.

La campaña sí cuenta, piensan todos. Los estados mayores de los partidos trabajan para detectar los lugares donde unos cientos o decenas de sufragios decidan el último escaño a repartir. Andalucía va a ser muy visitada por los candidatos. Las provincias que eligen tres o cuatro diputados pueden marcar la diferencia. El signo ideológico de la abstención preocupa. ¿Se quedarán en casa más votantes de derechas o de izquierdas? Porque las predicciones demoscópicas sí están coincidiendo en un detalle importante: los dos bloques tradicionales andan todavía bastante equilibrados, y al final la balanza caerá del lado que más consiga movilizar a su clientela. Eso es lo que piensa el socialista Sánchez, consciente de que debe sacar a los suyos de la apatía y el desánimo. Un partido que alcanzó los once millones de votos, piensa, no puede verse reducido a poco más de la mitad en menos de una década.

La campaña comenzó con más vídeos y mensajes en las redes sociales que auténticas pegadas de carteles. Guste o no, la liza implica cada vez más a creativos, comunity managers y expertos en lenguaje transmedia que a militantes capaces de ir puerta por puerta motivando el voto. Aunque tal vez sean estos últimos los que decidan esos ansiados restos .