La Generalitat Valenciana entregará el próximo 9 de octubre, día de la Comunidad, sus Altas Distinciones, el máximo galardón que concede ese gobierno autonómico, a un listado de ocho premiados en el que, este año, destaca uno a título póstumo: Leoncio Badía, el enterrador de Paterna (Valencia).

El premio se convierte así en el galardón oficial más importante recibido por un resistente republicano, en este caso un hombre modesto que ha devenido en figura crucial de la Memoria Histórica en Levante.

El escenario de la heroicidad que reconoce el premio está a medio kilómetro del paredón donde fusiló el franquismo a 2.238 republicanos valencianos. Hoy a aquel triste lugar, del que apenas queda un talud de cemento entre pinos, se le conoce como el Paredón de España.

Mar de muertos

Los arqueólogos especialistas del grupo Paleolab descubrieron en el otoño de 2012 el proceder del hoy premiado Leoncio Badía. Fue a instancias de Pepica Celda, hija de José Celda, republicano fusilado el 14 de septiembre de 1940. La mujer, uno de los símbolos españoles de la Memoria por lo largo y penoso de su reclamación, había obtenido permiso para excavar en una esquina de la fosa común 1 del cementerio de Paterna.

Se trata de una esquina repleta, pues aquel 14 de septiembre hubo en la cárcel de Paterna una saca de las grandes: 39 fusilados. Decía Pepica a los rescatadores que tenía una pista para hallar a su padre, pues Leoncio había confiado a su madre que, al enterrar a José, le colocó una botella de cerveza vacía bajo la nuca, y que dentro había metido un papel con su nombre.

Cuando los arqueólogos abrieron la fosa, no solo José tenía botella: otros 12 muertos aparecieron con sendos recipientes de vidrio colocados en lo que fueron los bolsillos de sus pantalones, o en el pectoral de sus chaquetas o, en fin, entre las manos o bajo sus cabezas.

Lastimosamente, la humedad destruyó los tapones de corcho e hizo ilegibles los papeles. Así que hubo que recurrir al ADN. Pero aquellos cadáveres con agujeros de bala y una botella cada uno atestiguaban cómo el hombre que les dio sepultura tuvo la piedad de identificarlos. Arrojando cientos de botellas con mensaje al mar de fusilados en que se convirtió el complejo de fosas comunes de Paterna, Leoncio Badía aportó su grano de arena para su recuperación en el futuro, que es hoy.

Pedazos de tela

Leoncio Badía tuvo otro gesto benéfico con las familias de los fusilados. Según le iban llegando, a diario, los cuerpos del paredón, antes de meterlos en la fosa les cortaba un trozo de tela de sus camisas. Así, cuando le venían las viudas y los huérfanos preguntando al cementerio, Leoncio les mostraba el retal y les decía: ¿"Iba vestido de este color? Pues está en aquel rincón de la fosa".

Un número no terminado de contar de familias de toda Valencia guardan como reliquias esos pedazos de ropa. En otras casas el rastro se ha perdido, pues hubo en ellas una viuda que escondió el pedacito de tela en una dolorosa y cerrada intimidad.

El enterrador Badía se la jugó además de una tercera forma: enseñando los muertos a sus familias antes de enterrarlos. Muchos deudos de los fusilados no sabían cuándo los mataban; se enteraban acaso al acercarse a la cárcel a llevarles comida y ser informados: "Aquí ya no está". El paso siguiente era correr despavoridos al cementerio.

Las familias con las que Leoncio pudo tener esa caridad tienen un recuerdo nocturno, pues el enterrador solo podía enseñar los cuerpos al amparo de la noche. Antes, se tomaba el trabajo de adecentarlos un poco, para paliar el shock. Así hizo, por ejemplo, la madrugada del 25 de mayo de 1941 con los parientes del rector de la Universidad de Valencia, el doctor Juan Peset Aleixandre. Otras veces, si la Guardia Civil rondaba por allí, escondía a los familiares en el cuarto de las herramientas del cementerio hasta que pasaba el peligro.

Lleno de pena

Dice Maruja Badía, de 74 años, que su padre acabó lleno de pena "y se autoexilió". O sea, se volvió huraño, triste, apartado de lo cotidiano. Leoncio Badía falleció el 12 de diciembre de 1987, a los 83 años de edad, "y nunca habría esperado un premio para él", dice la hija. Maruja cree que "con este premio se reivindica la injusticia tan grande que se hizo con aquellos asesinados por el franquismo. Para mí es un orgullo, y para sus familias, una posibilidad de que se les recuerde".

En la guerra civil, Leoncio Badía había sido chófer de un coronel. Eso le apartó de las trincheras, y le sirvió para que, en 1939, cautivo y desarmado, los vencedores le conmutaran una pena de muerte por rebelión por una de trabajo forzado: enterrar a sus compañeros junto al paredón. "Y eso era para él una tortura diaria. Los franquistas le dijeron: '¿Vols menjar? Pues soterra als teus'", cuenta Maruja en valenciano (¿Quieres comer? Pues entierra a los tuyos).

Pese al hosco silencio en el que se refugió el enterrador, a su hija sí le confiaba algún secreto. Uno, el de una noche horrorosa de 1940, en la que descubrió que uno de los fusilados del cargamento que le había llegado por la mañana no había muerto, y aún gemía en la fosa. "Mi padre le echó una manta encima y fue corriendo a buscar al cura, y le dijo: 'Senyor retor, un miracle! -cuenta Maruja-. Y el sacerdote le puso una pistola en la cabeza y le amenazó: 'Rojete, como sigas así vas a acabar como los que estás enterrando'. Cuando mi padre volvió, ya estaban en la fosa los guardias. Muchas veces me contó el ruido de los cerrojos de los fusiles, y que el hombre se estremecía bajo la manta cuando le dispararon".

Fue el Grupo para la Recuperación de la Memoria Histórica de Valencia el que sacó del olvido a Leoncio Badía. Su coordinador, Matías Alonso, dice que "es una satisfacción que Leoncio entre en el elenco de personas sobresalientes de la Comunidad. Al final se reconoce a un héroe del que durante años no se habló nada. Ahora se hace justicia con quien arriesgó su vida aportando un poco de consuelo a aquellas viudas rotas".

De todas las dolorosas paladas de tierra que cavó Leoncio Badía en Paterna, hubo unas que le costó dar más que ninguna: las de la tumba de su hijo Leoncio, un bebé de 19 meses al que se llevó una pulmonía en noviembre de 1943. De hecho, el enterrador Badía yace hoy en Paterna junto a aquel niño al que dio sepultura. También lo dejó en la fosa con una botella. Dentro, Leoncio metió un poema.