El Gobierno se prepara para las elecciones del 10 de noviembre. Aunque fuentes socialistas amagan con una contraoferta de ultimísima hora, admiten que sería una propuesta más para evitar que Pedro Sánchez quede encasillado en el rechazo a Pablo Iglesias que un plan con expectativas reales de éxito.

Si, como es previsible, mañana el Rey concluye en su ronda de contactos que el líder del PSOE no cuenta con apoyos suficientes para someterse a una investidura, la campaña se pondrá en marcha. La Moncloa quiere convertir la contienda en una llamada para que la ciudadanía apueste por un Ejecutivo fuerte, garante de orden, estabilidad y certidumbres, que pueda hacer frente a los riesgos que afectarán al país: el frenazo económico, el brexit, la crisis en Cataluña y la quiebra en Argentina.

Fuentes gubernamentales explican a este diario que la campaña orbitará en una idea de orden frente al caos más que en dirimir quién es más culpable de la repetición electoral. Sin mencionarlo, Iglesias se convierte en lo inseguro, caricaturizado por su propuesta de un Gobierno a prueba. «Estas elecciones serán como una segunda vuelta en Francia. En la primera votas con el corazón. Pero en la segunda votas con la cabeza», argumentan voces próximas al presidente en funciones.

LOS NICHOS / Creen que los ciudadanos primarán la gobernabilidad a un ajuste de cuentas y recuerdan que el PSOE cuenta con la ventaja de que no hay un adversario con opciones reales de ganar las elecciones.

El PSOE apunta a dos nichos de votos fundamentales. Uno, el de socioliberales desencantados con la deriva de Albert Rivera hacia la derecha. Entienden que hay un perfil implicado en las decisiones políticas, preocupado por el rumbo del país, que en su día se entusiasmó con la regeneración de un partido de centro y que, ahora, sienten la urgencia de que haya un Gobierno fuerte.

El segundo nicho sería el de los apolíticos: ciudadanos desideologizados, que no se sienten indentificados con unas siglas, que no siguen la actualidad política, ni son dogmáticos, pero tampoco abstencionistas natos. Aunque sientan desafección, muchos acaban votando porque perciben la necesidad de tener certidumbres en su vida cotidiana y eso lo relacionan con un Gobierno en funcionamiento que trabaje para dirigir al país.

El PSOE confía en persuadir a electores de entre 35 y 55 años, con sus carreras profesionales en despliegue, con necesidad de poder proyectar un futuro, de asumir una hipoteca; personas que primen las certezas y lo pragmático a las pulsiones ideológicas a derecha o izquierda. «Nos hemos convertido en el sentido común de Mariano Rajoy», dicen fuentes gubernamentales.

LA ABSTENCIÓN / Con esta perspectiva, quitan hierro al riesgo de abstención como castigo de la ciudadanía al bloqueo político. Creen que será mayor entre los jóvenes y la izquierda muy ideologizada e intuyen que esto perjudicaría más a Pablo Iglesias que a Pedro Sánchez.

Dan por hecho que hay un votante anti-PSOE, ultraideologizado, orgulloso de la exclusividad de pertenecer a una especie de club premium de la izquierda pura que mira con suficiencia a la socialdemocracia pragmática y prefiere la melancolía de los perdedores a las renuncias que implica gobernar.

Estas mismas voces cercanas al presidente en funciones renuncian a ese nicho. Saben que, o bien permanece fiel a Unidas Podemos, o bien se queda en la abstención. No es a él quien se dirigen, sino a «la parte vital del país que, venga de donde venga, le guste la política o la deteste, siente que España necesita ya un Gobierno posible», es el mensaje que recalcan.