"Para los occidentales, la vida es un camino hacia la muerte; para los musulmanes, la muerte es un camino hacia la vida". La máxima islámica, referida hasta la saciedad en el sumario del 11-M no era para los encausados más que una frase retórica. Si es verdad que el martirio representa "la recompensa suprema" y el hedonismo occidental solo marca "la senda de los infieles", ¿que hacía el suicida de Leganés Jamal Ahmidam, alias el Chino, visitando a diario la web www.conejitascalientes.com.

Carne de McDonalds

Menudos yihadistas. Llegaron todos al juicio en vaqueros, con chupas de ante y de cuero, con ajustados suéters de diseño y calzado moderno. Al principio sus rostros parecían imperturbables, incluso apesadumbrados, y apenas se miraban entre sí. Pero a medida que avanzaba la vista se fueron soltando y acabaron conversando e intercambiando medias sonrisas. No era difícil imaginarlos así de animados en las reuniones preparativas del 11-M, celebradas a menudo en los McDonalds de Madrid, engullendo carne de vacuno made in USA y coca-cola gigante.

Con el Egipcio sentado solo en el centro, en la primera fila del banquillo, flanqueado en las esquinas por los supuestos cabecillas de la trama asturiana y con los demás súbditos yihadistas detrás, quedaba perfectamente escenificada la jerarquía de la trama. Los acusados árabes no cruzaron palabra con los presuntos traficantes de explosivos, los españoles Emilio Suárez Trashorras y Antonio Toro, pero solicitaban siempre con afectada solemnidad las barbudas directrices de el Egipcio.

El presunto ideólogo del 11-M fue el frustrante centro de atención. Se presentó a sí mismo como un pobre inmigrante que vino a España atraído por el proceso de regularización en el 2001, fabuló su doliente historia de vendedor ambulante en Madrid de "gorras, gafas y pantalones de mujer", en una época de su vida en la que "no tenía ni para café". Luego, acabó descubriéndose como un tipo rarito: "En la cárcel tuve que dormir en un colchón con pelos de mujer", se quejó en su día al juez instructor.

En la lectura de su declaración judicial inicial, sobre la que abundó ayer hasta montar un monólogo aburrido, el Egipcio reveló un episodio digno de Farruquito para explicar su único antecedente delictivo en Egipto: "Mi hermano llevaba un autobús que estaba a mi nombre y tuvo un accidente en que hubo varios muertos. Ese ha sido mi único problema con la justicia en mi país".

"Suicídate tú

Mohamed el Egipcio no reconoció como suyas ninguna de las grabaciones telefónicas realizadas por la policía, en las que queda muy claro el alcance de su predicamento, convencido de que "la persona que lleva barba cumple más los preceptos del Islam". En una de esas grabaciones, adoctrina a un joven llamado Yahia: "Si Alá quiere, llegará el día que tú seas mártir. Hubiese preferido morir que ver este día el del suicidio colectivo de Leganés. Me arrepiento de no haber seguido a los chicos al martirio".

O sea, suicídate tú que a mí me da la risa.

Tonto no es. Aunque a veces tiene deslices infantiles: "Hice el servicio militar en un cuerpo de carros lanzamisiles de ejército egipcio --explicó al instructor--. Veías el objetivo como en las pantallas de los videojuegos". ¿No le está permitido escuchar música pop pero sí echar el rato en la Play Station?

Apelaba al mandato religioso que le obliga a no contaminarse la mente con sonidos que no sean religiosos, mientras los miembros de la red que supuestamente dirigía se lo pasaban bomba en las discotecas bailando, bebiendo y traficando. Hasta en las muestras de explosivos analizadas, los peritos han encontrado restos de cocaína.

El juicio del 11-M ofrecerá muchos capítulos de la yihad de pacotilla. El presidente del tribunal deberá corregir el problema de comunicación con el mundo árabe. Ayer los traductores fallaron y llegaron tarde.