La campaña está acabando y habrá que analizar los resultados. El Partido Popular sabe que son unas elecciones decisivas. Para ir tranquilos a las generales necesitan una victoria bastante rotunda. Nada de uno o dos puntos. José María Aznar ganó las municipales en 1995 por 4,3 puntos y en las generales de 1996 --ante un Felipe González que sacó fuerzas de su flaqueza-- solo ganó por un 1,19%. Fue la noche de la "amarga victoria" de Aznar, que salió demacrado al balcón de la calle de Génova, y la "dulce derrota" (solo por una noche) del PSOE.

Ahora todo es diferente. José Luis Rodríguez Zapatero no es Felipe González y ya es un líder dimitido. Pero Mariano Rajoy necesita --más ante sus tropas y la prensa conservadora que ante los socialistas-- una ventaja del 5%. Menos que lo que Aznar logró en 1995 --que supuso un vuelco político en muchas regiones-- sabría a poco. Y los socialistas --en privado-- están de acuerdo. La última encuesta del CIS le da al PP una ventaja de 10,4 puntos, que otras suben a 12. Esta distancia en las municipales, donde el factor local iguala los resultados (hubo casi un empate en 1999, 2003 y 2007), resultaría catastrófica.

El PP hablará de "vendaval popular" si la distancia es de 7-10 puntos, y de gran victoria si se queda en cinco. Y el PSOE calificará de "serio aviso" que el PP gane por cinco puntos. E intentará repetir lo de la "dulce derrota" si la distancia es inferior. Nadie serio cree que puedan ganar. El problema es la magnitud de la derrota.

Conquista y reconquista

Pero en unas autonómicas y municipales se conquistan territorios y ciudades, y el porcentaje de voto no es lo decisivo. El PP cree tener seguras las autonomías y ciudades que gobierna. Madrid (comunidad y ayuntamiento), Valencia (ídem), Castilla y León, Murcia, La Rioja, etc. Y tiene una papeleta difícil en Navarra --antes gobernaba en pacto con UPN que se rompió-- y en Euskadi, donde le preocupa ser la tercera o la cuarta fuerza, en pelea con Bildu.

A partir de aquí, el PP cree que solo gana. Si cae Asturias o Baleares, ya triunfa. Pero el problema es Castilla-La Mancha, que siempre ha estado en manos del PSOE (pero que en las legislativas vota PP). Y si María Dolores de Cospedal muerde el polvo ante José María Barreda por segunda vez --ya perdió en el 2007-- será interpretado como una debilidad.

Por el contrario, descorcharán champán francés si consiguen conquistar el Ayuntamiento de Sevilla --la ciudad de Felipe González y Alfonso Guerra--, lo que abriría buenas perspectivas cara a las generales de Andalucía (su tradicional talón de Aquiles). Y la dicha ya sería total si cayera Extremadura, el feudo eterno de Juan Carlos Rodríguez Ibarra, y donde Guillermo Fernández Vara se perfila como posible correoso sucesor.

En el PSOE confían en mantener la mayoría de las ciudades donde gobiernan, incluidas las catalanas --con la duda de Barcelona y Girona-- seis de las siete grandes ciudades gallegas, San Sebastián y cuatro capitales de Castilla y León. El problema es Sevilla. Saben que lo tienen mal y dicen que ya estuvo gobernada ocho años por un pacto PP-andalucistas, y que las capitales andaluzas están más a la derecha que la comunidad. Pero admiten que el desgaste de 30 años obligó al relevo de Manuel Chaves por José Antonio Griñán, pero que la operación se ha complicado.

El problema son las comunidades autónomas. Pueden perder Asturias (irá de un diputado) ante una hipotética alianza del PP con el Foro Asturias. Pero el contrapunto es que un éxito de Paco Cascos --más otro de Esperanza Aguirre en Madrid-- no es el plato preferido de Rajoy. Y pueden perder también Baleares, donde Francesc Antich va a tener más votos, pero le van a fallar los aliados. Esperan mantener --sin muchos problemas-- tanto Aragón como la coalición con los regionalistas en Cantabria, y ser el primer partido en Canarias (importante tras las generales) y decisivos en Navarra. Y no esperan perder Extremadura.

La incógnita de Barcelona

Pero la madre de todas las batallas es Castilla-La Mancha. Si Barreda es derrotado (todo depende de un diputado en Guadalajara), el PSOE perderá su bastión en el centro de España. Y la otra gran incógnita es Barcelona. El PSC es incómodo, pero la ventaja sobre el PPC es clave y convierte al PSOE en un partido fuerte en toda España (lo que le da superioridad moral ante el PP y CiU). Si Barcelona, la única ciudad de primera fila que gobierna (dada por perdida Sevilla) cae, el PSOE tendría un gran golpe.

Un inteligente socialista confiesa: "Vamos a perder, quizá con severidad, pero si la distancia no supera los cinco puntos y conservamos Castilla-La Mancha y Barcelona, habrá vida tras la derrota".