"Para nosotros es un héroe, no una víctima, y como tal ha muerto. Es un gudari nagusi (gran soldado) ". Con estas palabras definió el ertzaina Josu Puelles a su hermano Eduardo, el inspector del Cuerpo Nacional de Policía asesinado por ETA. Unas palabras pronunciadas al concluir la concentración de ciudadanos en el pueblo del muerto, Arrigorriga, que fueron algo excepcional porque contrastan con la extrema reserva que en Euskadi han tenido hasta ahora los familiares en estos casos, y más aún si la víctima es un policía nacional, para reivindicar a su alegado.

Además, Josu empleó el término gudari , que se utilizó en la guerra civil para denominar a los soldados vascos que combatieron por la República y que en los últimos años se había convertido en patrimonio de la izquierda aberzale, que lo emplea para referirse a los militantes de ETA. Josu Puelles rompió el tabú. Lo hizo a conciencia.

Dolorido, pero orgulloso

Recordó la trayectoria profesional de su hermano Eduardo, las veces que antepuso su trabajo a la propia familia o los numerosos etarras a los que detuvo porque "pretendían imponer con las armas su ideario". Y porque no se cortó en la defensa de la labor de todos los policías que aseguran con su dedicación las libertades individuales y colectivas. Todo ello lo hizo sin rabia, sin rencor. Lo hizo dolorido, pero con orgullo de hermano.

Pocos minutos antes, un compañero suyo, otro agente de la policía vasca, había desafiado también a las costumbres con un acto insólito. Y es que, a cara descubierta, subió a una escalera y accedió hasta la balconada de unas dependencias municipales para retirar la foto de un etarra preso y vecino del pueblo. El consejero de Interior lo había ordenado y la decisión se hizo inmediata para dejar claro que no habrá impunidad para los violentos. La escena sorprendió. Este tipo de acciones se realizan habitualmente con el rostro tapado. El agente no lo hizo y los asistentes a la concentración interrumpieron el silencio para aplaudirle.

Tampoco es frecuente que los ciudadanos puedan observar un rito de colaboración entre los distintos cuerpos de seguridad del Estado. Es cierto que las noticias de rifirrafes se venden mejor que las de acuerdos, pero a muchos ciudadanos les sorprendió gratamente que policías nacionales, guardias civiles, ertzainas y policías municipales trasladaran juntos el féretro, en armonía. "¡Pero si están todos!", apuntó una mujer, cerca de la iglesia de San José, de Bilbao, donde se ofició el funeral. El templo estaba totalmente abarrotado. Entre las autoridades, destacaban los Príncipes de Asturias, Felipe y Letizia, que esperaron para entrar 15 tensos minutos en silencio en la puerta de la iglesia, junto con los representantes de las otras instituciones, desde el lendakari hasta el presidente del Senado y la vicepresidenta primera del Gobierno, hasta que llegaron los familiares.

El obispo de Bilbao, Ricardo Blázquez, fue el encargado de presidir el acto religioso. Otro hecho singular. Hasta hace poco, las homilías en los funerales de cuerpos de seguridad del Estado quedaban en manos del párroco o del capellán castrense. Además, en sus palabras de consuelo a los familiares usó un tono nuevo, con un llamamiento a los ciudadanos a movilizarse y dar "un no rotundo e inequívoco al terrorismo con la cabeza y el corazón, en la conciencia y en la calle".