Pedro Laín Entralgo (1908-2001), autor de España como problema, fue un intelectual lúcido que transitó de la adhesión al falangismo a la militancia democrática en tiempos del franquismo. Fue él quien escribió que hay hombres hereticales, que son aquellos que dividen y enfrentan, y hombres pontificales, que son los que unen y acercan. Decía Laín que abundaban en nuestra historia los primeros y escasean los segundos. El campo de la política es el más propicio para localizar a los unos y a los otros. Y en estas últimas semanas, dos líderes, sobreponiéndose a sus propias organizaciones, han mostrado su faceta más heretical y menos pontifical: Pablo Iglesias en Podemos y Carles Puigdemont en JxCat. Ambos están llevando a su partido y coalición, respectivamente, a una situación de no retorno.

Uno de los mejores retratistas de la idiosincrasia de Iglesias es el catedrático de Filosofía de la Universidad Complutense José Luis Villacañas. En su libro El lento aprendizaje de Podemos (Catarata), este académico, uno de los inspiradores intelectuales de la fundación de la formación morada, advertía de los perfiles autoritarios y leninistas del secretario general de Podemos, de su extracción comunista y su entendimiento férreamente organicista del funcionamiento del partido.

El miércoles, Villacañas (Podemos: mover la reina, en el diario El Mundo) volvía a advertir de que «Iglesias conduce su estrategia con el reglamento en la mano». «Su juego es implacable. Cuando el reglamento no impone suficiente disciplina, él añade un artículo adicional para definirla», apuntaba. Y seguía: «[Íñigo] Errejón necesita lo que cualquier dirigente, un espacio de libertad y de creatividad. La forma de actuar de Iglesias lo asfixiaba poco a poco. Errejón buscaba aire mientras veía subir el nivel del agua cuerpo arriba».

Órdago al líder

Así, y como constata el filósofo, «solo un despistado puede decir que la última jugada de Errejón le ha sorprendido». Efectivamente, el que fuera alter ego de Iglesias venía avisando de que el partido había entrado en una regresión ideológica y estratégica por su sometimiento al liderazgo de acero del secretario general. La configuración de una organización en forma de puzle de confluencias con un proyecto de Estado descoyuntado en la aspiración confederativa y constantes políticas marginales que debilitaban a la izquierda han fragilizado tanto a Podemos como se pudo observar en las elecciones andaluzas del 2-D del pasado año, pero también en las generales de junio del 2016, cuando Iglesias impuso una coalición con Izquierda Unida que restó a las listas conjuntas un millón de votos.

La posibilidad de que Podemos se convirtiese en un partido espejo de Vox, simétrico en la radicalidad, destrozando la posibilidad de articular una izquierda institucional con el PSOE, ha determinado a Errejón a lanzar un órdago a Iglesias con la inestimable ayuda de Manuela Carmena, hostigada también por el pablismo. Se trata de una implosión del partido, confirmada este viernes con la dimisión de Ramón Espinar, pero también de una oportunidad: que la escisión que de facto plantea la plataforma Más Madrid invierta el signo de los acontecimientos y no sentencie la suerte de Podemos como una experiencia fugaz (cinco años), a la que le abocarían los elementos de radicalidad y extravagancia del liderazgo de Iglesias, que, además, carece de un proyecto a la altura de la potencia electoral de que dispone la organización en el actual entramado institucional. Hasta la crisis del régimen chavista en Venezuela enlaza con la de sus propagandistas en España.

El planteamiento de Errejón es pragmático y el de Iglesias es maximalista. Y ausente de idoneidad para configurar una izquierda en España que, aunque hegemoniza el PSOE, requiere ya de completarse con expresiones ideológicas diferentes, bien en términos de integración, bien de colaboración. Los morados tienen todavía una oportunidad que, por el momento, descartan: pactar con Más Madrid, evitar el duelo goyesco con el candidato de esta plataforma y recomponer la relación con las confluencias para, desde el realismo, reconstruir un proyecto viable que reconfigure la izquierda española.

Liderazgo atrabiliario

No es muy distinto -aunque haya que salvar distancias- de lo que está ocurriendo en el ámbito del independentismo catalán con el atrabiliario liderazgo de Puigdemont, que le impide cualquier rectificación. Su última inconsecuencia -acudir en amparo ante el Tribunal Constitucional contra una decisión de la Mesa del Parlamento de Cataluña- se añade a otras anteriores, siendo la peor la elusión de su responsabilidad en el proceso soberanista mientras sus colaboradores harán frente a un juicio oral en el que se les imputan delitos de rebelión, sedición, desobediencia y malversación, nueve de ellos tras más de un año en prisión preventiva.

Ayer, Puigdemont -con el propósito también destructivo de quebrar la actual correlación de fuerzas en el secesionismo y aprisionarle en una estrategia sin salida- lanzó la Crida Nacional per la República, que no constituye una necesidad del soberanismo, sino de una cada vez más evidente megalomanía del personaje.

El expresidente de la Generalitat es también un hombre heretical, en las antípodas de aquellos líderes que aspiran a ser referentes comunes, de amplio espectro y transversales. Y maneja así un liderazgo fallido que terminará por desencadenar las consecuencias propias de la irresponsabilidad: la ruptura y el enfrentamiento internos en el sector social y político que pretende dirigir. Que esto ocurra es solo cuestión de tiempo. Entre tanto, asoma de nuevo el catalanismo moderado.