Tres rumanas, un argentino y varios marroquís pusieron ayer contra las cuerdas a Jamal Zugam y a otros encausados en el 11-M. Sus testimonios seguramente servirán para que alguien pase media vida en la cárcel y para que las víctimas queden parcialmente reconfortadas. Los sectores más recalcitrantes de la sociedad española, aquellos que señalan a la inmigración como causa de casi todos los males, deberían pararse a reflexionar sobre esto. Unos locos yihadistas causaron una matanza cobarde, pero la inmensa mayoría de la gente que viene a España desde otros países no mata ni roba, solo trabaja. Es una obviedad, pero aún hay demasiados que piensan mal de los inmigrantes y encima creen acertar.

Las dos chicas rumanas que ayer testificaron contra Zugam fueron especialmente elocuentes. Iban a trabajar, como cada día, como cualquier ciudadano. Cogieron un tren a las 7.15 horas en Alcalá de Henares. Vieron a un tipo con una mochila que se movía "como un loco" y a empujones entre los vagones. "Un maleducado", pensaron en ese momento. Al poco, la deflagración y el caos. Entonces supieron que era un terrorista y, sin miedo, testificaron contra él. Algunos prefieren quedarse en si la mochila era azul oscura, clara o turquesa, pero lo determinante, al final, es la naturalidad, la valentía y la precisión de un testimonio.

Tratando de salvar lo insalvable, el abogado de Zugam, José Luis Abascal, que llegó a referirse despectivamente al atentado como "el percance del 11-M", vulneró "las reglas mínimas de educación", según le recriminó el juez Bermúdez. "¿Vio las fotos de mi cliente en los medios de comunicación antes de reconocerlo?", le preguntó a una de las chicas rumanas. "No tenía ni fuerzas para ver la tele", dijo ella. Y Abascal contraatacó: "¿Y sí tuvo fuerzas para declarar el 1 de abril?" La desesperación de los adalides de la conspiración es cada día más palpable. Ayer, la defensa de Zuhier y la acusación de la AVT llegaron a preguntar lo mismo: "¿Eran bolsas o mochilas?", convirtiendo en inexistente la diferencia entre ambos.

Un árabe guapo

Otra rumana vio a un joven moreno. Se fijó en él porque era "un árabe guapo". Iba extrañamente abrigado para el calor que hacía, como los tipos que el testigo argentino, otro joven inmigrante, se cruzó a las 6.45 de aquella mañana en Alcalá de Henares. Primero, aún en estado de choque, la chica creyó que era Basel Ghalyun, pero ayer marcó al fugitivo Uahnae Daud en una foto del libro 11-M: la venganza , de Casimiro García-Abadillo, director adjunto de El Mundo . Mira por dónde.

La rumana que salvó el pescuezo de Ghalyun no ha parado hasta identificar al hombre que llevaba la bomba que mató a su amiga Ginca. El cuerpo de Ginca amortiguó el impacto de la metralla y eso le salvó la vida a ella. "Hace tres años que busco al culpable mirando por la calle a las caras de la gente. Y ya estoy segura", zanjó.

Los marroquís, ese es el problema, aducirán los islamófobos. Quienes piensen eso tendrían que haber visto a la familia de Abdelmajid, el Gamo. La jornada le fue favorable, pero su padre y su hermano lo condenaron con el desprecio. Ni al entrar ni al salir de la sala le dirigieron la mirada. No todos los marroquís son iguales. Otra obviedad que hay que recordar.