Cuando Mariano Rajoy lo escogió para presidir el Congreso hace casi dos años, la opinión sobre Jesús Posada fue prácticamente unánime: una figura con amplia experiencia, con flexibilidad y cintura política. Un hombre tranquilo para una legislatura que ya se preveía convulsa por la dura crisis económica.

Aficionado a los puros como el presidente del Gobierno y soriano militante, Posada quizás no imaginaba la talla de los toros que iba a tener que lidiar en el ruedo del Congreso de los Diputados, convertido en los dos últimos años en el albero cotidiano de todas las protestas, dentro y fuera del hemiciclo.

Desde su privilegiado puesto de observación, este hombre sosegado ya ha visto de todo y no sólo el cogote de los diputados que suben a la tribuna de oradores.

Desnudos simulados y reales, camisetas de todos los colores, carteles y pancartas, señorías que hablan en catalán, euskera y hasta en chino, airadas protestas de afectados por las preferentes y de personas desahuciadas de sus casas y, lo último, un diputado de Amaiur con los brazos en cruz y un libro en cada mano, como un escolar castigado.

Una paciencia infinita que Posada gestiona con naturalidad, sin aspavientos, dejando hacer y cortando con suavidad cuando la cosa se desmadra, y eso que en el último mes ha tenido variopintos motivos para perder los nervios.

Regresó la actividad al Congreso después del verano con una torrencial gotera en el salón de plenos que ocupó la portada de todos los telediarios.

Suspendió el pleno durante unas horas para arreglar el desperfecto, dio explicaciones a quienes le preguntaron por lo ocurrido y cuando de nuevo todo estuvo dispuesto volvió a sentarse en su escaño para dirigir la sesión de control con absoluta normalidad.

Aunque una gotera no es nada comparado con la oleada de protestas que han llenado las "gradas" del hemiciclo en los últimos periodos de sesiones, ya sea por la reforma de la ley del aborto, las preferentes o los desahucios.

Protestas ciudadanas que el Congreso no puede impedir porque el acceso a la tribuna es libre, siempre y cuando no se tengan antecedentes, a lo que se añade el que los grupos parlamentarios tienen un cupo de invitaciones para cada pleno.

Pero lo que quizás lleva peor Jesús Posada es la "rebelión" de algunas de sus señorías cada vez que suben a la tribuna.

Clásicos en estas lides son el portavoz de ERC, Alfred Bosch, expulsado varias veces de la tribuna, o el solitario diputado de Compromís-Equo, Joan Baldoví.

El pasado mes de abril, Baldoví no dudó en protagonizar un remedo de "striptease" en protesta por la forma en que el PP "desvistió" la Iniciativa Legislativa Popular (ILP) sobre desahucios.

Desnudo que sí consumaron esta misma semana las tres activistas del movimiento feminista Femen en protesta por la anunciada reforma de la ley del aborto.

Perplejo como el resto de los diputados que asistían a la sesión de control del miércoles, Posada se limitó a ordenar con calma que se tuviera cuidado a la hora de desalojar a las tres feministas para que no ocurriera una desgracia.

El jueves, día en que se aprobó la polémica reforma educativa del ministro Wert, todos esperaban un nuevo incidente en la tribuna de invitados, tal y como están de caldeados los ánimos en la enseñanza y, sin embargo, nada ocurrió.

Jesús Posada, el hombre tranquilo, respiró aliviado. Lo que no sabe es hasta cuándo.