La política está tan de moda, que muchas personas empiezan a emplear sus términos en la vida cotidiana. Una amiga me llamó el otro día para decirme, muy preocupada, que cierta mujer más joven está rondando a su marido. Con voz temblorosa me soltó: "Si no hago algo pronto, la muy lagarta me hace el sorpasso ".

Intenté calmarla y le aconsejé que no hiciera nada extraño sin reflexionarlo antes. A veces, nuestro deseo de impedir las cosas nos lleva directamente a ellas. Mis palabras, sin embargo, no parecieron tener ningún efecto, porque ella seguía preocupada por el temido sorpasso que esa hembra luminosa estaba a punto de hacerle. Empezó a detallarme su plan.

El primer punto era vestirse como esa descarada. Así, argumentaba, su esposo sabría que ella también es capaz de enseñar las tetas si se lo propone. Modificó la forma de hablar. Antes era más recatada, pero ahora hacía uso de un lenguaje directo y desvergonzado. La esposa, por miedo al sorpasso , se estaba convirtiendo en fotocopia de la peligrosa mujer que acechaba a su amado.

Cuando colgó el teléfono, decidí llamar a su marido. El y yo somos amigos desde la infancia y me apetecía conocer su versión. Obviamente, no le saqué el tema directamente. No quise traicionar la confianza de su esposa, pero me las arreglé muy bien para bordear el asunto hasta que terminara soltándolo todo. Empecé hablándole de chicas. Eso no le resultó extraño porque había sido siempre nuestro tema de conversación favorito. Fue entonces cuando habló. "Mi mujer está muy rara", me dijo, "Creo que me engaña con otro tío".

Extrañado, le pregunté en qué se basaba. "No sé", respondió temblando, "ha empezado a vestirse como una puta. Va por la calle enseñando las tetas. Tú sabes que ella nunca fue así. No le hacía falta mostrar sus encantos para que todos supiéramos que los tenía. El otro día, empezó a hablarme mientras masticaba un chicle. Te lo juro. Incluso hizo un ridículo globo que le explotó en la cara mientras sonreía. Era como una parodia tópica de una jovencita en una película de hace tres décadas".

Me habría encantado sincerarme con él y contarle que todo eso su esposa lo estaba haciendo por él, para recuperarle, porque la pobre estaba muerta de miedo por la aparición de esa competidora de piel lisa. "Yo la amo con locura", me dijo con la voz repentinamente aflautada, casi llorando. "La amo más que a nada en el mundo, pero si sigue así, te aseguro que pienso enrollarme con una jovencita que no para de lanzarme la caña".

Me despedí como pude y llamé a su mujer. "Deja de imitar a tu competidora imaginaria --le aconsejé-- porque el sorpasso que tanto temes lo estás provocando tú misma". Yo no soy amigo de Pedro Sánchez . Ni siquiera lo conozco y, si quieren que les diga la verdad, me preocupa tan poco su futuro como el del resto de los candidatos. Pero si él fuera mi amigo, les aseguro que descolgaría el teléfono ahora mismo y le diría, muy serio: "Pedro, deja de enseñar las tetas".