Un día, hace un par de años, cerca de la zona turística del Alcázar Viejo, se me acercó un señor de mediana edad que iba acompañado de su esposa y dos hijos adolescentes. El sentido común me hacía pensar que iba a preguntarme cómo llegar a la Mezquita, pero nada más lejos de la realidad. «¿Podría decirme dónde vive Julio Anguita?», dijo.

Atónito, le dije que no lo sabía. Él relató que venía de Toledo, y que tenía la ilusión de poder saludarlo. Le animé a darse una vuelta por la plaza de la Corredera, por si daba la casualidad de que se encontrara a Anguita jugando al dominó en El Sótano.

Todo el mundo tiene una historia que contar vivida con Julio Anguita: su familia y sus amigos, evidentemente, sus compañeros de IU y el PCE, sus rivales políticos, los que compartieron con él años de gestión en el Ayuntamiento de Córdoba, los que le rebatieron desde las antípodas ideológicas o la cercanía de pensamiento, los que escribieron un libro junto a él, los que se lo editaron, los que estaban trabajando en uno conjunto, los periodistas que lo entrevistaron, los que conocían a sus hijos, los que jugaban al dominó con él en la Corredera (o en El Churrasco, Javier Arenas y José María Aznar en esta imagen inédita e histórica que publicamos hoy), sus alumnos, sus compañeros de claustro, los que un día lo pararon por la calle para mostrarle su afecto, los que lo vieron y se le quedaron mirando, los que lo imitaban, los becarios a los que les concedió una entrevista que les marcaría para siempre, los cirujanos que lo atendieron, los que lo vieron pasear en la playa de Bolonia, en Barcelona o en Villanueva del Duque, los que le llevaron en su taxi a algún sitio en algún punto de España, los que compartieron gimnasio con él, los que se sentaron junto a él en un bus de Aucorsa, los que asistieron a uno de sus mítines, los que aprendieron a leer con él, los que aprendieron a pensar gracias a él, incluso los que jamás lo vieron en persona pero buscaban sus intervenciones en internet.

Todos los que tuvieron una historia con él, la contaron ayer en persona, con mascarilla o sin ella, por teléfono, por videoconferencia, en un email, en Instagram, Facebook o Twitter o cualquier red social que usted y yo ni siquiera conocemos. Si aquel señor de Toledo se encontró a Anguita aquel día también estará contándolo. Posiblemente, la suya sería la historia de una reprimenda, si es que le pidió un autógrafo o un selfie.

Julio Anguita no fue solo un político, ni un alcalde, ni un profesor, ni solo un vecino, sino una semilla. En cierta medida, se le puede atribuir gran parte de la responsabilidad de haber prolongado la vida del marxismo del siglo XX al XXI en España.

Retirado de la primera línea de la vida política, Anguita se había convertido en un vecino más de Córdoba. En los últimos años medía sus apariciones públicas, eludiendo el show al que tantas veces le invitaban. Se mantenía activo en diversos colectivos de reflexión. Sus contadas declaraciones sobre la vida política de España obtenían siempre gran repercusión, a pesar de que su figura hubiera pasado ya a ocupar un segundo plano, alejado de los principales foros públicos.

LA POLÍTICA /Anguita nació en Fuengirola en 1941, hijo de militar, fue maestro y profesor de Historia. Caído el régimen franquista, se convirtió en primer alcalde de la Córdoba democrática al obtener 8 concejales y el respaldo de 32.806 electores. Fue elegido con los votos de 20 concejales, los 8 del PCE, 7 del PSOE y 5 del PSA. Ejerció de alcalde durante siete años (1979-1986), siendo sucedido por su amigo y también profesor Herminio Trigo. Fue secretario general del PCE entre 1988 y 1998 y coordinador federal de IU entre 1989 y 2000, coalición por la que fue candidato a la presidencia del Gobierno en tres ocasiones, candidato a la presidencia de la Junta de Andalucía, diputado autonómico y en el Congreso. Su acción política marcó la historia de los movimientos comunistas en la Transición, la década de los 90 y el comienzo del siglo XXI. Los actuales líderes de la izquierda comunista son herederos de su discurso ideológico.

Tras dar un paso atrás y abandonar la primera línea de la política, apostó por movilizar a colectivos de base a través de varias iniciativas: Colectivo Prometeo y Frente Cívico Somos Mayoría, del que fue fundador. También impulsó la creación de la Agrupación para la Tercera República, de la que fue firme defensor. Todo, con un corazón que le zancadilleó en varias ocasiones.

De él han destacado su verbo lapidario («corto y por derecho»). Su perfil omeya, por su barba afilada, su compromiso comunista y su carácter como gestor le valieron el sobrenombre de El Califa Rojo, apelativo derivado de la preponderancia del voto comunista en una parte muy concreta de la provincia de Córdoba que fue bautizada como el Califato rojo.

Fue en la revista Interviú donde se hizo ese silogismo: «de Califato rojo al Califa rojo», señalaba el propio Anguita. No le gustó, según reconoció en una entrevista en Diario CÓRDOBA en 2004 en la que fue preguntado por su etapa en la alcaldía de Córdoba, a la que llegó con 37 años, y donde reconoció que fue un «insensato, como si un cura de pueblo llega al Vaticano y lo hacen Papa». Pero «mereció la pena», aseguraba, al tiempo que añadía que durante su mandato en la ciudad cultivó «el impacto» en sus decisiones; «nunca fui un alcalde suave, nunca me ha gustado el populismo», dijo recientemente a Efe. El lema con el que concurrió a las municipales de 1979, «Entra en el Ayuntamiento», y su afirmación de que «las puertas estarían abiertas» lo puso en práctica apostando por la participación ciudadana. En su segundo mandato obtuvo una mayoría absoluta pasando de 8 a 17 concejales. Al frente del Consistorio cordobés se perfiló el proyecto de la nueva estación de Renfe. Esta era la operación urbanística más importante de Córdoba en décadas, pero se arrinconó tras enfriarse las relaciones entre comunistas y socialistas en el Ayuntamiento hasta que en 1989, ya sin Anguita como alcalde, su sucesor, Herminio Trigo, firmó el convenio que transformó Córdoba con Alfonso Guerra, vicepresidente del Gobierno, y con Julián García Valverde, el presidente de Renfe. Con Anguita en la alcaldía se levantó el edificio del Ayuntamiento actual en la calle Capitulares, se municipalizó por unos 200 millones de pesetas la empresa de transporte Aucorsa, que era privada, la ciudad consiguió la declaración de la Mezquita como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco y se intentó la construcción de un aparcamiento subterráneo en el Bulevar del Gran Capitán, proyecto envuelto en polémica política que finalmente quedó sepultado en tierra.

SIEMPRE ACTIVO / En 2016 volvió a participar en un mitin de campaña en Málaga, para arropar a Antonio Maíllo, entonces candidato a la presidencia de la Junta de Andalucía por IU. En aquel mitin apostó por la convergencia de IU y Podemos cuando esa opción no era verbalizada en público por ninguno de los líderes de estas formaciones que acabaron pactando y creando la coalición actual: Unidas Podemos. 3.000 personas abarrotaron el Palacio de Ferias de Málaga. Anguita ejerció de «celestina» entre Podemos e IU propiciando en Córdoba reuniones en las que participaron el ahora vicepresidente del Gobierno de España Pablo Iglesias, Juan Carlos Monedero, o el ahora ministro de Consumo Alberto Garzón, líder de IU. La convergencia se hizo realidad meses después. En los últimos años se manifestó en contra de las inmatriculaciones de la Iglesia, denunció el discurso de la extrema derecha de quien destacó su «caspa y homofobia» y a la que calificó como «hija de un capitalismo en crisis»; siempre fue analítico y crítico con la realidad que le rodeaba, incluso con los suyos, como cuando no dudó en cuestionar la credibilidad de Rosa Aguilar cuando ésta optó en 2009 por dejar la alcaldía de Córdoba para integrarse como consejera de Obras Públicas en el gobierno del socialista José Antonio Griñán en la Junta de Andalucía. Aguilar, que creció políticamente a su alrededor, compartió con Anguita aprendizajes, vivencias y cargos : ambos fueron primeros ediles de Córdoba y portavoces de IU en el Congreso.

LA MUERTE DE SU HIJO / Uno de los momentos más duros a los que tuvo que enfrentarse fue a la muerte de su hijo, Julio Anguita Parrado, el 7 de abril de 2003 cerca de Bagdad. Anguita Parrado era corresponsal del diario El Mundo en la cobertura del conflicto por la invasión de Irak a cargo de las tropas de EEUU. Fue alcanzado por un misil cuando iba empotrado con el ejército americano. Al conocer su muerte, Julio Anguita declaró: «Malditas sean las guerras y los canallas que las hacen».

Anguita protagonizó momentos de la reciente historia de Córdoba que se han convertido en apuntes indispensables para entender la ciudad. Uno de ellos, en 1981, fue el enfrentamiento dialéctico con el entonces obispo de la diócesis de Córdoba, Monseñor Infantes Florido. Anguita se atrevió a llamarlo «ciudadano Infantes Florido», algo del todo inusual en esa época. A cuentas por la cesión de la mezquita de Santa Clara (todavía hoy sin rehabilitar) por parte del Ayuntamiento de Córdoba a la Asociación Musulmana, el consejero real saudí Al Kattani dijo que, «Cuando seamos cientos de miles los musulmanes de Andalucía, oraremos en la gran Mezquita de Córdoba», algo que fue criticado por el obispo. El intercambio de declaraciones entre el cargo religioso y el alcalde Anguita acabó con el mensaje que éste último le trasladó en una carta en Diario CÓRDOBA: «Confunde los planos en los que su ilustrísima y yo debemos movernos. Tómelo como una corrección de quien siendo su alcalde no está ni personal ni institucionalmente sujeto a su ilustrísima». Una frase que el tiempo y la economía del lenguaje mutó a una versión más reducida, un mejor titular, tan repetido en crónicas y argumentarios como infiel a la literalidad: «Yo soy su alcalde, pero usted no es mi obispo».

El 23F de 1981, Anguita estaba en la calle cuando se enteró del intento de golpe de Estado y corrió a refugiarse en su despacho a esperar, únicamente acompañado por el jefe de la Policía Local, Rafael Torre Galán, que «era muy leal a la Corporación», aunque llevaba un parche de la división azul en el traje, y que le comunicó que había gente de extrema derecha concentrada en la popular y céntrica plaza de Las Tendillas. «Si entra el ejército, no tengo problema. Me pasará algo, pero después. Pero si entran aquellos…», recuerda haber pensado el alcalde, que cogió su pistola, la montó y la dejó debajo de unos folios en su despacho, según contó en varias ocasiones.

Su muerte, a los 78 años, deja huérfana a la izquierda de sus reflexiones sobre los hechos que vivimos ahora, en plena crisis por la expansión del coronavirus. En su última aparición, en un vídeo de principios del mes de mayo, advertía sobre cómo debíamos afrontarlo: «Hace falta serenidad, reflexión y sopesar razones; de cómo salgamos del hoy será el mañana y pensemos que en el mañana estarán nuestros hijos y otras generaciones que tienen derecho a que no les dejemos miseria, dificultades y grandes problemas a veces irresolubles», decía.