Tiene José Bono Martínez (Salobre, Albacete, 1950), el nuevo presidente del Congreso, una frase siempre en la punta de la lengua: la "igualdad de todos los españoles". Expresa con ella una de las ideas que permanecen con más fuerza en el subconsciente de la sociedad española a lo largo de los siglos. Si los anglosajones han buscado siempre un equilibrio entre igualdad y libertad, inclinándose más por la segunda opción, la idea de España de la que se enorgullece representar Bono se basa en considerar que las diferencias que se puedan producir entre los distintos territorios de España solo pueden ser privilegios que deben ser reconducidos. Lejos está, por tanto, la máxima de los clásicos que pide tratar diferente lo que es diferente. Y con esa defensa de la igualdad, Bono ha provocado la irritación en los últimos años de los nacionalistas, pero también de muchos socialistas que tienen en su cabeza otra posible idea de España.

Bono vivió ayer la culminación de una larga carrera, que le ha llevado a ser presidente autonómico, en Castilla-La Mancha, donde logró repetidas mayorías absolutas, aunque en las elecciones generales siempre gana el PP. Le ha llevado también a ser ministro de Defensa en la pasada legislatura del primer Gobierno de Zapatero y a renunciar al cargo por "motivos familiares". Y a rechazar el deseo de Zapatero de ser candidato a la alcaldía de Madrid.

El nombre de Zapatero, precisamente, estará siempre en la memoria de Bono, porque frente a él perdió, únicamente por nueve votos, la posibilidad de ser secretario general del PSOE, en el XXXV congreso de los socialistas en el 2000.

Reproches

Algunos de los diputados que le han tratado en la última legislatura le reprochan su exceso de "teatralidad" y de "soberbia". Bono, un católico practicante, que defiende esa conexión entre el socialismo clásico con la religión católica que tan vital fue para la izquierda durante la transición, se regodea en esa teatralidad, casi barroca, en sus manifestaciones públicas, siempre con el objetivo de pasar como un "hombre del pueblo" entregado al servicio de los ciudadanos. Pero nunca ha rechazado el poder. Lo buscó con todas sus fuerzas para hacerse con las riendas del PSOE. Y ayer le soltó un elogio envenenado a Alfonso Guerra, al recordarle que es el único diputado que sigue en la cámara desde 1977. Guerra fue quien impidió el ascenso de Bono a la cúspide socialista, cuando un puñado de los delegados que defendían a la guerrista Matilde Fernández votaron en el último momento a Zapatero.

Bono, junto con Rodríguez Ibarra y Chaves, formó parte de los tres tenores, los presidentes autonómicos de Castilla-La Mancha, Extremadura y Andalucía, que se oponían a cualquier petición que llegara de Cataluña, ya fuera sobre el autogobierno o una subida de pensiones para las viudas catalanas. Fue justamente esa última cuestión, lanzada por Jordi Pujol en el 2003, la que le llevó a asegurar que al expresidente catalán "no le rige bien la cabeza". Rectificó y se excusó con una carta. También se enfrentó con Pasqual Maragall, asegurando que si Franco no le había echado de España tampoco lo haría él.