En Menorca siempre ha habido un sector de la población que ha vivido con el síndrome de la espera a ser liberado. Que es lo que les pasa a los populares de la isla. El PSOE gobierna el Consell con mayoría absoluta. Y, de tener problemas, sería más que fácil que obtuviera el apoyo del resto de fuerzas políticas, PSM, ERC y EU, que ya han compartido aventura bajo la presidencia de Francesc Antich en las Baleares.

Por la majestuosa entrada del puerto de Mahón penetra el viento que trae los temporales, pero también las ayudas de los navíos que socorren a los que esperan esa liberación. No se trata ahora ni de ingleses en son de paz o guerra, ni de piratas bereberes. Son los peninsulares del PP, comandados por Mariano Rajoy, que les traen el mensaje de la campaña tranquila y la mayoría absoluta que les consolará de su falta de poder político con la promesa de que una acción decidida desde el Gobierno central ayudará a implantar un régimen distinto. En el que, según Jaume Matas, se trate bien al turista. Sin pedirle ecotasas y sin amenazarle con Carod-Rovira.

Desesperación derechista

Ha sido tanta la desesperación de los derechistas menorquines que sus mejores espadas se han ido marchando a la isla grande, a Mallorca. Como Joan Huguet.

En Menorca cuesta mucho construir, cubrir el suelo de edificios de apartamentos, explotar al máximo los recursos del turismo. Los menorquines siempre han vivido de otras cosas, y tienen una distante mirada sobre sus vecinos los grandes. Aquí, no se rinde culto a los alemanes que se hacen con Mallorca a un ritmo endiablado. Aquí no se permite que las manadas de adolescentes británicos borrachos se apoderen de pueblos enteros. Aquí se practica lo sostenible como en casi ninguna otra parte de España. Y los que tienen el impulso de cambiar el modelo, los que piensan que con el queso, la bisutería y la ginebra no resulta suficiente; los que desean que las leyes del suelo se flexibilicen y aumente la densidad de construcción, viven sumidos en la desesperación.

Ayer en Mahón, los votantes de María Salom, número uno al Congreso por el PP, vivieron su día de liberación, aunque ésta haya pasado como un suspiro. Los primeros espadas del PP les han dado unos litros de aire, que ha entrado por la bocana del puerto sin alterarse por las imponentes defensas de costa que, todavía, decoran las orillas.

La casa de Nelson nunca incumplió las ordenanzas urbanísticas de la isla. Ni siquiera los marinos de Nelson se quedaron con los terrenos mejores para convertirlos en una mina de oro. De ellos queda un recuerdo orgulloso.

Socialistas, comunistas, verdes y catalanistas forman una muralla que va a hacer una gran resistencia a la invasión mallorquina del PP, apoyada desde Madrid. Los populares arraigados en Menorca son su caballo de Troya. Pero sus adversarios lo saben.

A pesar de todo, el día de ayer fue el suyo. Aunque un día de alegría amortiguada. El himno del PP sonaba mucho menos que en otros lugares. Más denso, más repetitivo, como si sus partidarios de dentro, los que se quedan cuando se van Rajoy y Salom camino de Mallorca, supieran que, ya hoy, la canción dominante se vuelve otra.