21.03 minutos. Anoche. Calle de Carmen Martín Gaite del barrio norte de Leganés. A menos de 300 metros, al final de la calle, una fortísima explosión, seca, aterradora, silenció bruscamente a los centenares de vecinos que se agolpaban en las esquinas para presenciar en directo lo que estaba sucediendo. En dirección contraria al denso humo blanco, agrio en la garganta, decenas de policías de paisano aparecían, como zombis, y llevándose las manos a la cabeza. Los suyos eran los rostros del peor de los presagios. En ese instante, un vecino, desde un balcón cercano, gritó con toda su alma: "Hijos de puta. Hijos de puta. ¿Qué estáis haciendo? ¡Vale ya! ¡Vale ya!".

Uno de los agentes de la brigada de información, de mediana edad, con americana de pana azul, y el pelo como emblanquecido de golpe, habló con la misma pena con la que derramaba sus lágrimas. "Tienes que salir de aquí. No te das cuenta que puede haber más bombas", rogó a esta periodista, mientras se abrazaba fuertemente a ella, casi como aquel que busca desesperadamente consuelo.

En el trayecto, agarrados, casi como el padre que protege a una hija, el agente narró aquellos últimos tres minutos. "Hemos intentado entrar a la casa y nos han recibido a tiros. Gritaban como locos: ´Alá es grande´, ´Alá es grande´. ´Moriremos matando´. Cantaban en árabe. Y ahora, cuando han vuelto a intentar entrar otros compañeros, uno de los terroristas se ha debido inmolar. Dios mío, están locos. Quizás ha muerto un compañero. Aléjate ya, por favor. Sal de aquí".

Medidas de seguridad

A su alrededor, otros compañeros de las Unidades de Intervención Policial (UIP) corrían, nerviosos, exigiendo a la gente que cerrara las ventanas de sus casas. "¡Cierren las ventanas! ¡Usted métase ahora mismo para adentro! ¡Pero no están viendo lo que pasa, todo el mundo en casa, Dios mío!".

Un hombre de mediana edad intentaba explicar a los agentes que su novia vive en el edificio del que se escuchó la explosión y que ella no atendía ni al móvil ni al teléfono de casa. "Señor, que ya le he dicho que se ha desalojado todo el edificio. Que los móviles no funcionan y que no deben andar muy lejos. Haga el favor de estar tranquilo, que bastante tenemos ya hoy".

En el cielo más cercano, junto a una hermosa luna llena, dos helicópteros sobrevolaban e iluminaban las escenas que sobrecogieron la tarde de ayer a este barrio de Leganés, construido hace apenas seis años, con un alto índice de población inmigrante y con una convivencia sobresaliente.

La policía había conseguido dar el viernes por la noche con el piso en el que se escondían como mínimo tres de los terroristas huidos tras la masacre del 11-M, y lo vigilaban de cerca y con discreción. Querían esperar. Los GEOS (Grupos de Operaciones Especiales) estaban alertados desde las siete de la mañana. Los agentes de este grupo de élite habían dormido poco, ya que la noche anterior se la pasaron con otros compañeros de un grupo de homicidios de la jefatura de la policía de Madrid deteniendo a unos peligrosos atracadores rumanos.

Desalojo de los edificios

A las seis de la tarde, policía uniformada empezó a tomar el barrio. Los agentes desalojaron uno a uno todos los edificios. "Señor, haga el favor de bajar ahora mismo", gritó el agente por el interfono. "No, no le da tiempo a vestirse. Se pone un abrigo y punto, pero baje ya, por favor", insistió. Y María del Mar bajo en zapatillas de andar por casa del brazo de su hija Jennifer, de ocho años. La niña estaba aterrorizada: "Casi no puedo andar. Tengo mucho miedo. ¿Mamá, son los del tren?", preguntaba una y otra vez mientras la mujer intentaba, sin éxito, ponerse en contacto con su marido.

Tras la explosión, y confirmada la muerte de un agente de los GEOS, muchos fueron los que se derrumbaron, por segunda vez, tras la masacre de Madrid. "Pero, Dios mío, si anoche estuve con él. No puede ser", dijo un agente. Otro le agarró la cara y volvió a llorar.