Los móviles, los telefónicos y los ideológicos, centraron ayer la vista oral del 11-M. Se empezó hablando por primera vez de Osama bin Laden --o sea, de los "lejanos desiertos y montañas" que tanta incredulidad le producían a José María Aznar cuando su sillón pendía de la fabulación de la trama etarra-- y se terminó en el locutorio de La Latina de donde salieron las tarjetas SIM que actuaron como detonadores de la matanza. Los encausados, que parecen haber sellado ya la posición estratégica que adoptarán los próximos meses en su jaula de cristal --el Egipcio al frente; los asturianos a los lados, y el resto de árabes, detrás-- siguieron la sesión entre bostezos, cabezadas, miradas perdidas y sonrisas aviesas.

Ideólogo sin ideas

Yusef Belhadj, presunto dirigente de la célula terrorista y autor intelectual del atentado, repantigado y displicente en el sillón del declarante, dijo no saber nada de la revista encontrada en su casa de Bélgica con instrucciones para convertir un móvil en un emisor macabro, ni de las tarjetas que según el fiscal compró el 19 de octubre del 2003, al día siguiente de que el gran líder de Al Qaeda exhortara desde Al Jazira a cometer atentados en España. Aunque se esforzó en dibujarse a sí mismo como un pobre inmigrante y un analfabeto informático --nada de portavoz de Al Qaeda en Europa--, las acusaciones le recordaron las actividades que supuestamente le incriminan. Entre ellas, grabar y redactar un comunicado de reivindicación del 11-M en vídeo, inspirar la trama a través de internet y enseñar a sus discípulos a trucar los móviles.

Belhadj es el mismo tipo menudo, flácido e inexpresivo a quien la policía belga grabó la frase: "Esta vida no merece la pena y hay que ir a hacer la yihad como hombres". Muy hombre, pero luego, según se desprende del sumario, salió de España como un cobarde, en el primer avión que encontró, dejando un rastro imborrable de dolor. Tras su declaración, tuvo que enfrentarse a la mirada inmóvil y vidriosa de Jesús Ramírez, vicepresidente de la asociación Afectados del 11-M, que se plantó a un centímetro del cristal acorazado en un intento de supurar el odio.

Luego, llegó el marroquí Hasan el Haski, imputado por los mismos delitos y con la misma sangre de alcachofa que demostró Belhadj. Teólogo islámico aventajado después de diez años de estudios religiosos en Paquistán y Siria, y viajero sospechoso e incansable por tierras de Afganistán, Turquía, Bélgica y, finalmente, España, ofreció una respuesta despiadadamente irónica que da idea de su calaña, sea o no culpable. "¿Grupo Marroquí de Combate? ¿Existe eso? ¿Dónde está su sede?", dijo. Y así definió el término yihad : "Es una lucha para uno mismo, una defensa propia".

Sarcasmo innecesario

Poco después condenó toda forma de violencia, claro. "Sobre todo esos atentados donde mueren niños inocentes", precisó. No será la primera ni la última vez que se oiga. Todos lo han hecho hasta ahora, sin apasionamiento, adoctrinados por sus defensas y pronunciando las mismas palabras exactas como una letanía. Los yihadistas juzgados en otros lugares del mundo siempre condenan los atentados que cometen. Ni siquiera en eso el 11-M tiene nada que ver con ETA. El orgullo yihadista suele disolverse como un azucarillo ante el peso de la justicia.

Y en eso llegó Zugam, con su barbita recortada y su porte metrosexual. Locuaz y aparentemente sereno. Tan cómodo y envalentonado como incómodo parece sentirse cuando tiene que sentarse, escondido en el último banco, entre el resto de los encausados. Es el único que parece vivir este juicio aparte, sin socializar con el resto, convencido de que puede salir de rositas, como ayer salió del flojo interrogatorio al que le sometieron.

Después de contar que no tiene nada que ver con nada, que no conoce a nadie, después incluso de reírse cuando le preguntaron por sus conexiones y por las reuniones en Chinchón, nadie hizo la pregunta clave: "¿Y por qué dice usted que el CNI intentó ficharle como informador de movimientos terroristas islámicos si usted está tan mal informado?". A los abogados de la acusación, la presencia de Zugam pareció cogerles por sorpresa y muchas de las preguntas fueron inocuas o deslavazadas. Zugam, por contra, demostró gran desparpajo, y su abogado siguió sus intervenciones con gestos de aprobación, sonriendo, asintiendo con la cabeza o alzando la mano con el dedo gordo extendido.

Conexión Abú Dahdah

El lunes seguirá declarando Zugam, después de que dijera sentirse cansado justo en el momento en que más le estaban apretando las clavijas. Pero quizá habrá que esperar para que toda su retórica acabe derrumbándose. Es un hecho que las tarjetas telefónicas con las que se hicieron estallar las bombas salieron de sus locutorios, es un hecho que conocía al terrorista Abú Dahdah, y cuatro testigos aseguran haberlo visto en uno de los trenes. Ante pocas preguntas guardó silencio Zugam. Esta fue una: "¿Conoció a Abú Dahdah antes o después del 11-S en Nueva York?".

¿Los móviles de Zugam? Los ideológicos serán más difíciles de demostrar, pero los teléfonos detonaron la barbarie.