Nos trataron como a niños". Con esta frase de interpretación ambivalente resume Roque Pascual sus últimos nueve meses de vida. A uno de los cooperantes catalanes secuestrados por Al Qaeda y liberados el pasado domingo no se le va de la cabeza la imagen de uno de sus captores atizándole con una vara en los dedos, como si fuera un travieso colegial. La razón del castigo fue que los terroristas le pillaron escuchando una radio. Una anécdota que reúne los dos sentimientos que Roque y Albert Vilalta, como también en su día Alicia Gámez, repitieron nada más pisar de nuevo Barcelona. Les trataron bien, pero fue muy duro.

Antes de cumplir su primera promesa tras el cautiverio e irse de vacaciones, los voluntarios de Barcelona Acció Solidària que acaban de recuperar su libertad empezaron a diseccionar con sus familiares y amigos la larga pesadilla. El testimonio de fuentes cercanas a ambos permite construir, con valiosos pedazos, un relato de la odisea. Nueve meses bajo el sol abrasador del desierto, yendo y viniendo por una zona de cuatro millones de metros cuadrados. Hoy en un país y mañana en otro.

Un nomadismo que les sirvió para romper la monotonía que conlleva la falta de libertad. Los secuestradores utilizaban un 4x4 para desplazarles de un lugar a otro. Recibían las órdenes en un tono autoritario y seco, y en francés, idioma que solo Alicia sabe hablar con fluidez. Roque lo chapurrea. Pero, insisten, siempre les hablaron con corrección. Nunca les faltó comida ni agua, y se acostumbraron con rapidez a los alimentos que les proporcionaban. No les costaba conciliar el sueño. Comían, dormían y hacían vida igual que sus captores, sin que ello paliase la dureza de unas condiciones salvajes. Lo más precario de todo era la higiene.

Las peripecias narradas confirman que, como los terroristas anunciaron en el comunicado reivindicativo del secuestro, los tres cooperantes fueron tratados "bajo la ley islámica". Un ejemplo de ello se repetía cada noche. Los captores les permitían salir al raso, pero siempre con la mujer, Alicia, a bastante distancia de los hombres. A sus espaldas, para que no pudieran verse. Pero sí que les dejaban hablar entre ellos. Todos se entretenían mirando las estrellas y Roque aprovechaba para intentar orientarse y saber dónde estaban. Sin mirarse a la cara, Alicia aprendió cómo hacerlo con las lecciones de Roque. Y lo puso en práctica.

DOS DIAS EN COCHE Cuando fue liberada, en marzo, Alicia miraba las estrellas desde la ventanilla del coche que le condujo a zona segura. Intentó saber adónde la llevaban durante los dos días que duró aquel viaje hacia la libertad. Mientras, Albert y Roque, todavía cautivos, preguntaban por ella a sus secuestradores. Los tres volvieron a verse el martes. Se fundieron en un abrazo. Alicia necesitaba emocionalmente ese calor para poder iniciar su recuperación.

En 268 días hubo tiempo para el optimismo y para la depresión, pero nunca se vinieron abajo a la vez. Se apoyaron mutuamente. Roque a Albert y Albert a Roque. El más entero insuflaba

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