En un relato muy humano, espontáneo y emotivo, numerosas veces interrumpido por las lágrimas y la emoción que le embargaban, pero que trataba de contener ante los numerosos medios de comunicación que acudieron a la cita en la Cofradía de Pescadores de Pasaia (Guipúzcoa), Jaime Candamil, uno de los tripulantes del pesquero vasco secuestrado por piratas en aguas cercanas a Somalia, narró ayer su vivencia personal durante la semana que casi duró el secuestro. El marinero, de 52 años, afirmó que el problema de la piratería en los caladeros del Indico ha ido a más en los últimos años. "Antes no salían de las 40 millas, ahora llegan a adentrarse hasta las 260 --donde les capturaron a ellos-- y dentro de poco llegarán a las 400".

Al Playa de Bakio lo asaltaron de noche, cuando estaba parado tras localizar un banco de pescado y se preparaba para faenar, por lo que cuando el marinero de guardia dio la voz de alarma ya tenían las barcas de los piratas "encima" y "pegaron un pepinazo" con un lanzagranadas que "si llega a coger a alguien no lo cuenta", según Candamil. "Los piratas no eran como en el cine. No tenían ni pata de palo, ni parche en el ojo, ni tampoco iban con cuchillos, sino con lanzagranadas, fusiles y granadas de mano", subrayó.

Reclamó mayor ayuda y protección a nivel internacional para los barcos que faenan en la zona, ya que los corsarios están muy bien organizados. El deseo final resumió sus sentimientos. "Ojalá que ningún marinero más pase por este infierno".