Fue toda una declaración de principios. "Soy un optimista antropológico". La hizo el presidente del Gobierno al filo de las diez de la noche, cuando hasta los adictos a los debates parlamentarios habrían optado ya por irse a cenar. Para los que se quedaron, no pasó desapercibida. Fue la única frase de las miles que se pronunciaron ayer en el hemiciclo que provocó la risa franca del lendakari hasta entonces más circunspecto que entretenido en su escaño. La cara de póquer era la mejor que podía poner, sentado como estaba entre diputados del PP, con dos asépticos escaños vacíos de por medio.

Ser optimista antropológico es como ser cristiano, pero en laico. La laicidad es un empeño en Zapatero. Confiar en la bondad de los hombres, además de un poco cándido, es una herencia de los enciclopedistas de la Revolución Francesa, que es de donde le viene al presidente su apego a los derechos de ciudadanía.

Ayer hubo otro descubrimiento. El presidente es supersticioso. Y lo demostró con la corbata: la misma que llevó las dos ocasiones anteriores en las que tuvo a Ibarretxe frente a frente. A la corbata unió una frase que ya le dio suerte hace cinco años, cuando ganó el congreso socialista: "Pues yo creo que no estamos tan mal". Ayer recurrió a esa forma de optimismo para intentar buscar una salida al "conflicto" consensuada.

Para responder a un Ibarretxe enfadado tras 6 horas de debate, Zapatero optó por unir sus manos en un gesto de rezo, aunque las desvió al frente en lugar de al cielo, y proclamó las virtudes de la democracia y del debate. Ibarretxe no comulgó, pero Rajoy, que habló luego, vio la luz, porque dijo: "He cambiado, me gusta el diálogo".