La noche del 28 de abril muchos nos fuimos a dormir convencidos que los votantes habían hablado claro: sólo podía gobernar la izquierda y hacerlo recuperando a los nacionalistas para la gobernabilidad del Estado. Hasta en Vox lo entendieron.

Ortega Smith lo sintetizó con su habitual contundencia: la reconquista tenía que esperar, tocaba pasarse a la resistencia. Todos estábamos preparados para los habituales faroleos de una negociación para repartirse los beneficios menores, pero sin poner nunca en peligro el bien mayor de un gobierno de izquierdas; nadie estaba preparado para esto.

El tiempo sólo ha añadido confusión a aquella claridad. Esperar es una cosa, gestionar los tiempos otra distinta. En lugar de aprovechar el momento para plantear una oferta que un debilitado Pablo Iglesias no habría podido rechazar, acaso contrariados por un marcador que esperaban más amplio, Pedro Sánchez y el PSOE se empeñaron en convertir en problemas los apoyos nacionalistas y la entrada de Podemos en el ejecutivo, mientras apelaban al sentido de Estado de la derecha. Se les veía convencidos que podrían forzarla como Mariano Rajoy los había obligado a ellos. Resulta pasmosa la facilidad de los socialistas para olvidar que, en España, la derecha siempre juega con otras reglas y siempre le favorecen.

Honorabilidad y fiabilidad

Ahora las malas vuelven a ser las derechas poco honorables y se exige generosidad a la, hasta ayer, peligrosa izquierda y los poco fiables nacionalistas. Hoy, parece que Sánchez prefiere elecciones al riesgo de meter un caballo de Troya en el Gobierno e Iglesias prefiere jugársela en los comicios a quedarse al pairo fuera del gobierno. Sobre tales bases no hay acuerdo posible.

Preguntarse cómo henos llegado hasta aquí resulta divertido pero completamente inútil. Lo más seguro es que a todos les haya dado uno de esos ataques de entrenador que vemos en la Liga, cuando un míster cree que sus victorias son fruto exclusivo de sus tácticas geniales. En estos casos de bloqueo lo único que funciona es pactar el desacuerdo para salvar el acuerdo.

Tras los meses de apoyo al ejecutivo Sánchez, los socialistas no pueden seguir tratando a Podemos con la desconfianza previa a la moción de censura. Los ministrables morados no pueden convertirse en un drama. Si las objeciones se sustentan en las diferencias por asuntos como Cataluña, páctense las discrepancias para que puedan ejercerse sin quebrar la integridad o la coherencia del gobierno de coalición. Quién sabe, cuando salga la sentencia del procés, a lo mejor hasta resulta que al flamante Presidente le viene bien disponer en su ejecutivo de voces con matices.

Iglesias no tiene un mandato de las urnas para ser vicepresidente, Sánchez sí lo tiene para ser presidente y un presidente tiene derecho a elegir a sus ministras y ministros. Si no le quiere en su gabinete, a Sánchez le tocara explicar por qué y a Iglesias renunciar con generosidad para salvar el bien mayor: un acuerdo que apoyaron y esperan sus votantes.