El incidente de la cumbre de Santiago ha dado más munición a la precampaña. Por sorprendente que parezca, Hugo Chávez está haciendo un favor al PP, dispuesto contra pronóstico a poner en segundo plano los intereses de los inversores españoles en Venezuela, mientras un Acebes furibundo pone en filfa la política exterior de Zapatero y exige una crisis de embajadas. Dudo que el presidente venezolano soñara con que le fuera tan bien en una cumbre con iniciativas de desarrollo que ponían sordina al populismo que hace de su gestión una sucesión de regalías. Montó el espectáculo y todos picaron, amparado por la bisoñez de la presidenta Bachelet, que debió poner freno, como anfitriona, sin esperar a que el jefe del Estado español perdiera la paciencia y el sentido diplomático.

A veces hay que vencer el pudor de caer en el "y tú más" y someter los discursos al contraste de la experiencia. Porque si en algo han sentado cátedra los ocho años de Gobierno del PP no es en política exterior. Las prioridades de los intereses españoles han sido Europa, por vocación y pertenencia, el Magreb, por proximidad y estabilidad, e Iberoamérica, por vínculo histórico y económico. Y en todas ellas, el giro de prioridades del PP al nexo inquebrantable con la Administración republicana de George Bush ha tenido consecuencias cuyos destrozos están por limpiar.

En Europa, Aznar se inventó un nuevo paradigma como alternativa a consolidarse como prolongación del vínculo central de París y Berlín. A cambio, su apuesta por Londres y el vínculo transatlántico le situó en la periferia de las decisiones, con pérdida de peso específico y una desconfianza ganada a pulso, alineado donde nunca estuvo España: con los euroescépticos. Respecto al Magreb, ver cómo Madrid pasó de albergar la conferencia internacional de paz para Oriente Próximo a tener que sacudirse la imagen de residencia del primer cruzado de la cristiandad --dilapidando su papel de mediador y reconocido interlocutor en los países árabes--, no se puede entender sin la foto de las Azores, las salidas de tono del expresidente y Perejil.

No es que Rodríguez Zapatero haya tenido en el ministro Moratinos el gran gestor de las relaciones externas que había esperado, pero las dificultades en América Latina no le son achacables. Ni en lo económico, donde la desconfianza hacia empresas españolas es coyuntural, no generalizable y, en todo caso, empieza en el último cuatrienio popular; ni en lo diplomático, donde el PP puede exhibir el dudoso honor de haber reconocido como legítimos a los golpistas en Venezuela durante las horas que secuestraron a Chávez. ¿De ese modo de hacer farda hoy Mariano Rajoy? Pongan aquí un "sí" estupefacto.