De muchos de los males de la patria tenemos la culpa los periodistas. Tanto como los políticos. Nos pasa como a los acróbatas del circo, que estamos obligados a ganarnos el sustento con la dramatización excesiva de nuestro trabajo.

Así, cada año, se repite la misma cantinela cuando se produce el debate sobre los presupuestos generales del Estado: hasta los tertulianos más ilustrados (que los hay) se apuntan al comentario de que no ha habido auténtico debate sobre las cuentas del Estado, sino que se ha reproducido el habitual toma y daca de porrazos entre Gobierno y oposición, sin entrar a fondo en la cosa.

Este no ha sido precisamente un ejemplo de ello. Si alguien se ha molestado en seguir el debate, lo cual tiene realmente mucho mérito, ha podido ver que, tras la bronca, los menosprecios y las descalificaciones mutuas, han podido aflorar cuestiones de una suma importancia para lo que viene. No es la menor la insistencia en las políticas sociales, que se lleva una buena tajada de los números. Una enorme parte de los dineros se van en eso. Y la apuesta por sostener ese gasto supone una apuesta política de gran envergadura.

Cuando desde una parte de la oposición se ha hablado de que lo que tendría que haber serían las reformas estructurales, sabemos que se refiere a cambiar las leyes del mercado de trabajo para flexibilizarlo y abaratarlo. Cada uno sabrá a favor de qué está, pero a mí me parece que ese es un debate con mayúsculas.

No es menor tampoco el que se haya dado un mordisco de enorme tamaño a las inversiones de casi todo tipo. Pero hemos podido ver que casi todos los grupos se van a echar en el turno de las enmiendas parciales a corregir esta decisión cuando se refiere a las de I+D+i, es decir, a la investigación, desarrollo e innovación. De nuevo, un aspecto de la política con mayúsculas que no puede ser reducido por nadie, ni por el más retorcido de los tertulianos, a una política de cambalache. Posiblemente ese sea el más noble de los ejemplos de que el debate ha valido la pena. En eso, nadie se lleva tajada, sino que aparece la política de Estado. ¿De dónde se va a sacar el dinero para ello? ¿Del déficit o de un recorte en otro lado? Ahí volverá a salir la política. La buena política, aunque se envuelva en retóricas excesivas y, a veces, lamentables.

Los periodistas debemos darle vueltas al asunto. ¿Somos solamente fabricantes de titulares o nos pagan por contar el fondo de las cosas? Yo creo que los lectores, al menos, agradecerían que la respuesta fuera la segunda opción. Para todo. Para hablar de los presupuestos generales del Estado y de otros temas.