Si quienes le tratan a diario interpretan bien sus señales, todo apunta que José Luis Rodríguez Zapatero no quiere cambiar a fondo su Gobierno aprovechando el relevo de José Montilla. Los cambios quirúrgicos que quería hacer ya los ejecutó en abril, con el pretexto de que José Bono había pedido licenciarse como ministro de Defensa, y ahora se inclina por desvincular la sustitución de Montilla, forzada por su próxima designación como candidato del PSC, de la del titular de Justicia, Juan Fernando López Aguilar, llamado --muy a su pesar-- a competir en el 2007 por la presidencia de Canarias.

El presidente no es muy dado a compartir con nadie sus cábalas sobre la composición del Gobierno. No lo hizo cuando trasladó a José Antonio Alonso a Defensa, llevó a Alfredo Pérez Rubalcaba a Interior y, de paso, situó a Mercedes Cabrera en Educación. Por tanto, solo cabe atender a los colaboradores del Gobierno y del PSOE que conocen, o creen conocer, los mecanismos con que Zapatero toma sus decisiones políticas.

NORMALIDAD Uno de ellos es el rechazo al pasado. Rechazo a la actitud jactanciosa con que José María Aznar, para exhibir su poder, afrontaba los cambios de Gobierno. La "normalidad institucional" es otro de los principios que el presidente sigue a pie juntillas. Lo que, traducido a un léxico más profano, significa que los cambios de Gobierno no se insinúan para alimentar la intriga, sino que se ejecutan lo más rápido posible.

A este criterio se une, además, el hecho de que Montilla, para concurrir a las elecciones al Parlamento catalán, deberá dejar el cargo como tarde en septiembre, pero en ese momento a López Aguilar aún le quedarán nueve meses antes de presentarse a las autonómicas en Canarias. Nueve meses en los que, como ministro de Justicia, tendría mucho menos predicamento en su tierra que como candidato del PSOE, exento además de apoyo institucional puesto la comunidad está en manos de Coalición Canaria.