"Nos vamos con la frente en alto y las manos limpias". Mariano Rajoy dijo esas palabras con aroma a epitafio el 14 de marzo del 2004, al término de la tensa jornada electoral que sacó al PP de la Moncloa tras ocho años en el poder. La era Aznar llegaba a su fin en medio del desgarramiento colectivo provocado por los atentados islamistas del 11-M y la ira popular desatada por la implicación de España en la guerra de Irak.

¿Cuál fue realmente el legado de José María Aznar, que llegó al poder con las elecciones del 3 de marzo de 1996, de las que se cumplieron ayer 10 años?

La gestión de Aznar tuvo sus mayores luces con los notables éxitos en el terreno económico y la lucha antiterrorista. Pero, a la vez, llevó a España a una situación de crispación desconocida desde los comienzos de la transición que dejó al PP en la soledad más absoluta.

El mandato de Aznar tuvo dos partes muy diferenciadas: la primera legislatura (1996-2000), en la que, haciendo de la necesidad virtud, al carecer de mayoría absoluta exhibió un talante moderado y dialogante. Y la segunda (2000-2004), en que, con mayoría absoluta, aplicó el rodillo político y exhibió sus convicciones ideológicas más reaccionarias.

Enemigo acérrimo de los nacionalismos desde sus tiempos iniciáticos como político, Aznar fue investido presidente con los votos de CiU, el PNV y Coalición Canaria. El pacto con los nacionalistas catalanes condicionó en gran medida la impronta económica que caracterizó los comienzos del aznarato .

Aznar supo aprovechar el tirón económico y el saneamiento en las finanzas que habían empezado en las postrimerías del mandato socialista, así como la caída de los tipos de interés, para conseguir varios éxitos: el crecimiento de la economía por encima de la media europea, la entrada en el euro y el aumento de los ingresos de la Seguridad Social, que le permitió crear un Fondo de Reserva. ""España va bien" se convirtió en el eslogan de Aznar.

Bajo la alfombra se escondían impurezas. El florecimiento económico obedeció casi en exclusiva a la demanda interna y la febril actividad constructora --que disparó los precios de la vivienda--, mientras se atendió poco la inversión en bienes de equipo o en I+D, campo en que dejó a España a la cola de la UE.

Además, el aumento de cotizantes se consiguió a base de una precarización sin precedentes del empleo que, tras unos años de paz social, condujo a la huelga general del 20 de junio del 2002. La rebaja generalizada del IRPF tuvo también su trampa , pues se acompañó de la subida de los impuestos indirectos. Y la competencia anunciada con las privatizaciones y las medidas liberalizadoras no se produjo en la magnitud deseada por los usuarios.

El saneamiento de las cuentas públicas debió mucho a los millones de euros procedentes de las privatizaciones, emprendidas con timidez por el PSOE y que Aznar llevó hasta sus últimas consecuencias. Pese a sus alardes de liberalismo, colocó al frente de empresas privatizadas a personas de su entorno más íntimo. Y para protegerlas de invasiones accionariales indeseadas, el mismo Aznar que critica a Zapatero por intentar evitar el control de Endesa por la alemana E.ON, creó la acción de oro , tumbada después por la UE.

La dependencia de CiU no sólo llevó a Aznar a decir que hablaba catalán "en la intimidad", sino a traspasar a las autonomías el 30% del IRPF y a ser el primer y único presidente en aplicar el artículo 150.2 de la Constitución --la transferencia de competencias del Estado a las autonomías--, al ceder a Cataluña el control del tráfico. Ahora quiere derogar el artículo.

Los afanes de Aznar de erigirse en el garante de la unidad de España y de la Constitución terminaron por volar los puentes con los nacionalismos. La crispación alentada desde el Gobierno contra el nacionalismo contribuyó a fortalecer en las elecciones vascas del 2003 al PNV --que después lanzó el controvertido plan Ibarretxe -- y a convertir a ERC en la cuarta fuerza del Congreso.

Lo que sí parece indiscutible del periodo de Aznar es el éxito en la lucha contra ETA, mediante la acción policial, la cooperación internacional y un endurecimiento sin precedentes de las medidas legales. Siempre contó con el apoyo incondicional del PSOE. Incluso cuando promovió la polémica ley de partidos que permitió ilegalizar a Batasuna. Y, sobre todo, cuando, tras la tregua de ETA de 1998, inició negociaciones con la banda y dejó clara su voluntad de pagar un precio --la flexibilización de las normas penitenciarias-- por la pacificación de Euskadi.

En el terreno social, Aznar se apuntó un tanto al suprimir la mili obligatoria, una de las exigencias de CiU. Pero, con la mayoría absoluta, se soltó la melena. O el bigote. Impulsó una ley que primaba la enseñanza de la Religión --que Zapatero ha derogado parcialmente-- y cambió la generosa ley de extranjería que todos los partidos, salvo el PP, impulsaron en 1999.

Tras una política internacional sin cambios clave --en la primera legislatura sólo destacó su hostilidad hacia Cuba--, con la mayoría absoluta cambiaron algunas cosas. Llevó la relación con Marruecos al peor momento de la historia reciente, con el conflicto de Perejil incluido, y se alió incondicionalmente con George Bush, a quien acompañó en la guerra de Irak contra la opinión del 90% de los españoles. Se enfrentó, e incluso ofendió, al eje franco-alemán, lo que dejó a España sola en la UE. También en la gestión del caso Prestige fue excesivamente duro.

Era ya la etapa de la soberbia, en que casó a su hija Ana en el monasterio de El Escorial y posó con los pies sobre la mesa junto a Bush. Era el comienzo de un camino sin retorno del líder que unos años antes había prometido un "viaje al centro".