La remodelación del Gobierno acometida por José Luis Rodríguez Zapatero, independientemente del calado y significación que podamos analizar, no ha contado con un procedimiento afortunado. Si ha sido fruto de un cálculo estratégico, el coste asumido puede haber sido excesivo; si ha sido una respuesta forzada por las informaciones anticipadas en los días atrás, el movimiento habría sido más una consecuencia que una iniciativa.

En el primer caso, el momento no era precisamente el más favorable. Su coincidencia con el deseado encuentro con Barack Obama y la reunión del segundo foro de la Alianza de las Civilizaciones ha restado protagonismo hasta casi hacer desaparecer la principal iniciativa en política exterior del Gobierno, precisamente cuando estaba en condiciones de recoger los réditos del reconocimiento internacional. Ese es un primer coste objetivo. Pero si, además, a una reforma del Ejecutivo meditada y calculada se ha impuesto una información publicada anticipadamente, en la Moncloa alguien tendrá que valorar si esa filtración es el gesto de un amigo. La aparente tranquilidad con la que el presidente reaccionó ante las noticias aparecidas en la prensa, que se han revelado certeras, justificaba que el asunto se gestionara a continuación en el mismo sentido, sin convocatorias urgentes que solo dan la sensación de que había que apagar algún fuego antes de que fuera a mayores.

Puede no haber sido esa la necesidad que ha determinado el procedimiento, pero la sensación de que el presidente se ha visto forzado a anticipar viajes y comparecencias es muy alentadora para el discurso de Rajoy.. Un procedimiento más pausado habría permitido concentrar la atención mediática y de la opinión pública sobre el éxito objetivo de esa política exterior que habría permitido compensar el asunto de Kosovo. Sin embargo, la realidad es que hay un nuevo Gobierno de intensa orientación política, de filas apretadas en torno al partido que lo sustenta y la sensación de que, un año después de constituirse el anterior Ejecutivo, algún cálculo erróneo hubo entonces.

El nuevo Gabinete debe resolver dudas de que la nueva vicepresidenta segunda sea mejor gestora del ahorro que un Pedro Solbes al que se desoyó cuando quiso contener los cheques bebé y los célebres 400 euros o que Manuel Chaves pueda empastar la relación con PNV o CiU en busca de mayorías en el Congreso. Empeño más que complicado porque está por definir qué hablar con ellos cuando ni uno ni otro gobierna su autonomía tras haber sido sustituidos por gabinetes socialistas, precisamente.

Desde esta perspectiva, no ofrece sobre el papel este nuevo Gobierno mayores activos que el anterior con vigencia para tres años de legislatura que quedan.