Las urnas dieron ayer un vuelco histórico en Euskadi y un revolcón en Galicia. Y en ambos casos, el PP de Mariano Rajoy surge reforzado frente al PSOE de José Luis Rodríguez Zapatero.

Los electores marcaron un hito político en el País Vasco. Los nacionalistas, pese a ganar las elecciones, han perdido por primera vez la mayoría parlamentaria. Las fuerzas constitucionalistas (el PSE, el PP y la UPD de la exsocialista Rosa Díez) reúnen ahora más de la mitad de los escaños del Parlamento de Vitoria. Apoyándose en esa nueva mayoría, el socialista Patxi López dejó claro anoche que presentará su candidatura para descabalgar al nacionalista Juan José Ibarretxe de la presidencia vasca.

Esto supondrá un vuelco histórico en Euskadi, pero de manera paradójica pondrá en un aprieto al líder del PSOE y presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero. Este quedará debilitado en el Congreso al perder previsiblemente el sostén del PNV y se verá obligado a buscar nuevos aliados.

Al mismo tiempo que Euskadi alumbraba una nueva mayoría política --no exenta de peligros para los socialistas--, Galicia le devolvía el poder autonómico al PP y, de paso, salvaba del naufragio al jefe de los conservadores, Mariano Rajoy, paisano gallego.

El precio de la crisis

En general, la jornada electoral no fue fecunda para los socialistas, cuyas candidaturas --al margen de errores propios y diversos-- pueden estar acusando el desgaste político general de la crisis económica. El PSOE pierde la Xunta gallega. En el País Vasco, aunque López está determinado a hacerse con la presidencia, el PSE queda seis escaños por debajo del PNV (a falta del voto emigrante), una diferencia más abultada de lo que aspiraba. En tales circunstancias, la presumible presidencia de López no podrá contar con los peneuvistas para gobernar con cierta estabilidad, así que quedará en manos del PP (y circunstancialmente también de UPD). La ingobernabilidad llama a la puerta.

En España, el efecto combinado de la derrota socialista en Galicia y del complicado panorama que se perfila en Euskadi, Zapatero pierde aliento en la misma medida en que Rajoy se revigoriza, justo en el momento en que más fuerzas necesita el presidente: el tigre que debe montar el Gobierno durante los próximos meses o años es tremendamente feroz: sequía crediticia, desplome de la inversión y del consumo, multiplicación del paro y de las necesidades sociales...

El fruto de las urnas, en cambio, fue formidable para el PP y para Rajoy, acosado por las investigaciones judiciales y por las puñaladas de sus enemigos internos. Los conservadores no solo recuperan la mayoría absoluta en Galicia bajo el liderazgo de Alberto Núñez Feijóo, un hombre de la confianza de Rajoy. Además, se erigen en la fuerza decisiva para que el PSOE pueda conducir el cambio en Euskadi.

El hasta ayer zozobrante liderazgo de Mariano Rajoy ha salido a flote en las bravas aguas gallegas. Reforzado en el pulso diario con Zapatero (quien el viernes empeñó su nombre y su predicamento en el resultado del derrotado Emilio Pérez Touriño) y blindado frente a sus enemigos en las filas del partido conservador, Rajoy enfilará ahora la recta hacia las elecciones europeas del 7 de junio con buenas bazas para mejorar su posición.

Armado de una campaña agresiva, Feijóo supo aprovechar las flaquezas del bipartito gallego, que presentaba un pobre balance en las políticas de transparencia, de regeneración democrática y de autogobierno, y demostró una nula capacidad de reacción durante la quincena final. El PP partía como perdedor en los pronósticos, pero hizo añicos las encuestas, que auguraban prácticamente sin excepción que el bipartito conservaría e incluso ampliaría su mayoría en el Parlamento de Santiago de Compostela.

Feijóo acabó ayer con un mito. Parecía una verdad demoscópica incuestionable --a pesar de que nunca había sido demostrada como ley infalible-- que la participación electoral en Galicia había de beneficiar a los progresistas y la abstención, a los conservadores. Pero el Partido Popular fue capaz de cimentar su victoria de ayer en un récord de participación electoral. Nunca antes tantos ciudadanos gallegos habían acudido a las urnas en unos comicios autonómicos.

Con la previsible pérdida del sostén parlamentario del PNV en Madrid, el presidente José Luis Zapatero se verá obligado ahora a volver la vista hacia sus antiguos aliados de Convergència i Unió. De hecho, los socialistas habían empezado a revisar los desperfectos de los puentes con CiU antes incluso del comienzo de la campaña electoral. Es decir, que ya veían ayer la que se les venía encima.

En la primera legislatura de Zapatero (2004-2008), los socialistas se apoyaron fundamentalmente en IU, ICV y ERC (y también en CiU: el pacto del Estatut). En esta segunda legislatura, Zapatero, distanciado de sus aliados en la anterior, ha logrado aprobar el primer presupuesto merced a los siete diputados del PNV y los dos del BNG, aunque le hubiera bastado solo con los peneuvistas.

Dos caminos

Ahora, solo le quedarán dos caminos para asegurarse una cierta estabilidad parlamentaria. Uno es buscar la reconciliación con IU, ICV y ERC, que junto con el BNG suman justo los siete escaños que el PSOE necesita. Con estos apoyos ya está previsto que salga adelante este año la ley de plazos del aborto. La otra vía es lograr un arreglo con CiU. No hay más caminos.

En Euskadi, si el PNV es desalojado del Gobierno probablemente se precipitará la crisis aplazada entre las dos almas del partido, la soberanista de Joseba Egibar e Ibarretxe, y la moderada del presidente peneuvista, Iñigo Urkullu.

Los pasos a seguir

Urkullu intentará consolidar el predominio de los moderados, que responsabilizan del declive a la frustración y el hastío causado por la década soberanista de Ibarretxe. Pero nadie descarta que el pase a la oposición, después de tres décadas de hegemonía y pese a haber ganado las elecciones, pueda reafirmar la tentación radical como ha sucedido en Cataluña con la Convergència de Artur Mas.