Unos grupos mayoritarios que vetaron parte de las enmiendas del resto. Un diputado que también impidió que se discutieran las enmiendas de los grandes. Varios representantes que se ausentaron de la votación para subrayar su enfado con la iniciativa. Otros que se quedaron pero no votaron.

Y un presidente de la Cámara que dijo que la modificación de la Carta Magna debía ser modificada porque contenía una incorrección lingüística. Así se llevó ayer a cabo la reforma de la Constitución, la primera de entidad desde 1978: sin consenso, en un ambiente crispado, con el PSOE y el PP como únicos defensores de que el texto legal reconozca el principio de estabilidad presupuestaria y el control del déficit, y con el resto de partidos escenificando de distintas formas su malestar con la propuesta. Incluida CiU, que había decidido abstenerse, pero al final, como ya hizo el pasado martes, se inhibió en la votación.

Sirvieron de poco los esfuerzos de socialistas y populares, en forma de dar más poder a las autonomías, para que la federación se abstuviera. El pasado lunes, la ejecutiva de CiU se inclinó en ese sentido. Pero al día siguiente, en el primer debate sobre la reforma, Josep Antoni Duran Lleida hizo un discurso duro y los nacionalistas optaron por no votar. Se suponía que esta vez se abstendrían, un gesto al que los dos partidos mayoritarios otorgaban gran valor porque hubiese rebajado la imagen de confrontación con el resto de grupos. Los intereses de la federación también iban en ese sentido.

En breve, el Govern tendrá que colocar deuda ante los mercados y, en principio, no le conviene aparecer junto a la izquierda en su rechazo a una modificación recomendada por Francia y Alemania. Sin embargo, la escasa entidad (a juicio de la federación) de las contrapartidas de PSOE y PP; la tesis de que los mercados estarán tranquilos porque antes de que acabe el año la Generalitat se dotará de su propia ley de estabilidad, y el hecho de que su no voto del martes fue muy bien acogido entre sus simpatizantes hicieron que esta vez también decidiesen no apretar ningún botón, informa Fidel Masreal.

Eso sí, la intervención del nacionalista Josep Sánchez Llibre, aun siendo dura, fue menos contundente que la de Duran tres días antes. Habló de «ruptura» del espíritu de la negociación, pero no citó el «choque de trenes» en el que se detuvo el líder de Unió. El propio Duran, tras la votación, dijo que CiU compartía el objetivo de la modificación, pero disentía en la urgencia. La federación está molesta por no haber sido consultada previamente, algo que los socialistas contestan diciendo que ni siquiera ellos fueron informados, ya que el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, cogió por sorpresa a su partido al proponer la reforma.

Para el PSOE, CiU decidió no votar por cuestiones electoralistas. «Queda poco para el 20-N y les interesa el discurso de que nosotros y el PP somos lo mismo», dijeron fuentes socialistas. Pero la tesis del tanto monta, monta tanto también fue expuesta por los otros grupos minoritarios. En una muestra de las heridas abiertas por la reforma, usaron expresiones como «rendición ante los especuladores», «expropiación de la democracia» y reforma «antisocial» e «ilegítima». Después, los grupos de izquierda abandonaron el hemiciclo.

CiU y PNV se quedaron, pero no votaron. Y Gaspar Llamazares, de IU, también permaneció en su asiento para vetar las transaccionales de PSOE y PP a las enmiendas de CiU. Los guiños de socialistas y populares a los nacionalistas no pudieron votarse, ya que, para eso, hace falta el consentimiento de todos los diputados, pero, aunque se hubieran admitido, CiU aseguró que habría hecho lo mismo: no votar. Mientras tanto, el PSOE y el PP utilizaron argumentos similares para justificar su iniciativa, que salió adelante con 316 votos a favor (solo se sumó el diputado de UPN) y cinco en contra. La inclusión de la estabilidad presupuestaria y el límite del déficit en la Constitución es, para ambos, «imprescindible» ante la coyuntura económica. Pero populares y socialistas encaran de forma muy distinta la posreforma.

Los primeros están encantados. Llevaban un año proponiéndola y ya tendrán esa tarea hecha si, como indican las encuestas, llegan al poder tras el 20-N. Los socialistas tienen miedo. La modificación ha provocado heridas internas -el exlíder sindical Antonio Gutiérrez votó en contra y los tres diputados de Izquierda Socialista no acudieron al pleno-. Según admiten en el partido, no contribuirá a despertar a su electorado tradicional, ahora dormido. Más bien todo lo contrario.