La última colonia europea está encantada de serlo. Así lo afirma todo el que es preguntado en este territorio, una especie de parque temático de inspiración británica con un noséqué de Andorra en sus calles, ayer engalanadas con banderillas rojas y blancas. En las ventanas, y por todas partes, enseñas de Gibraltar y la Union Jack.

Los hermanos Caruana --nada que ver con el ministro principal--, Carlo (72 años) y Silvia (75), no entienden las quejas del Gobierno español por la asistencia del ministro de Defensa del Reino Unido, Geoofrey Hoon, a la conmemoración del tricentenario de la invasión británica. En realidad, no entienden que Madrid siga pendiente de recuperar el Peñón.

Ambos recuerdan como la peor la etapa que empezó con el cierre de la frontera por parte de España, en 1969, en respuesta a la Constitución gibraltareña. La comunicación quedó cortada hasta 1982. Las cartas llegaban a la Línea de la Concepción vía Londres y el contacto telefónico era muy complicado. "A algunos se les moría la madre y ni se enteraban", dice Carlo, y concluye: 2¡Que nos dejen en paz!".

En la calle con más entidad de Gibraltar, Main Street --joyerías, bancos, tiendas de licores y tabaco, comercios de electrodomésticos, joyerías, bancos,...--, Ernesto (60), ataviado con un polo del tricentenario, atiende un estanco. Opina que los años de incomunicación dejaron a España sin opciones para un pacto amistoso: "Nos encerraron como a animales. No se puede olvidar. Contra más le den al pueblo más les costará meterse aquí".

Desde Londres

Bob (65) y Jenny (67), ingleses, vinieron de Londres para la celebración. "España debe aceptar que los gibraltareños quieren ser gibraltareños", afirma Bob. Turistas y periodistas han desbordado la limitada capacidad hotelera del Peñón. "Aquí la mayoría de los visitantes son hombres de negocios, que en agosto no vienen. Suerte que esto pasa cada 300 años", suspira Brian, recepcionista.