Mariano Rajoy es, otra vez, el presidente del PP. Por obra y gracia del apoyo de la gran mayoría de los compromisarios populares, y a pesar de que, rompiendo una tradición establecida desde tiempos de la refundación, el candidato recibió anoche un buen manojo de votos en blanco. Es cierto que no es relevante en número --409 votos de los 2.596 válidos, el 16%--, pero sí en significado: el líder sabe que tiene un sector crítico en el partido cuyo peso político equivale, prácticamente, a los avales que se hubieran necesitado para presentar una candidatura alternativa en el congreso.

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Más allá de la lectura del voto cosechado, la jornada de ayer será clave para entender la biografía política de Rajoy. Y su protagonista, a buen seguro, la atesorará en la memoria con cierto regusto agridulce: por segunda vez, se hizo con la presidencia del partido en un congreso. Pero, a diferencia de lo que ocurrió en el 2004, el expresidente José María Aznar no le facilitó demasiado el objetivo. Ante los 3.000 compromisarios del cónclave, Aznar reconoció que le prestaba un apoyo "responsable". A nadie le pasó inadvertido que quien eligió a Rajoy como sucesor creyera necesario especificar que, si le apoyaba ahora, en plena crisis tras su segunda derrota electoral, era solo por responsabilidad.

DIVISION DE OPINIONES A unos les gustó ese gesto y otros avisos lanzados por su antiguo jefe, que llegó a decir que renegar de su legado sería sinónimo de "echar el cierre" al PP. A otros les pareció inexplicable. A algunos, como Esperanza Aguirre, Juan Costa o Francisco Alvarez-Cascos, les entusiasmó la retórica exhibida ayer por Aznar. A otros, como a su exministro Jesús Posada o a buena parte de los miembros de la nueva dirección, les resultó "impropio de un presidente de honor".

División de opiniones, como en el seno del partido, ante un discurso plagado de alertas. Así, el exjefe del Ejecutivo insistió una y otra vez en defender las tesis de María San Gil; en salvaguardar principios, valores y proyectos tradicionales; y en que el partido debe dejar de perseguir un centro en el que, a su juicio, el partido está instalado por obra suya.

Defendió todas y cada una de sus decisiones al frente del Gobierno, y demandó que se mantengan vivas las ideas de siempre, adaptándolas a los nuevos tiempos. Si esa condición se cumple, añadió, el partido podrá seguir contando con él. ¿Influyó la alocución, algo ácida, del expresidente en el sentido del voto de los compromisarios? Es difícil saberlo, pero si así fuera, habría perjudicado una candidatura en la que, paradojas de la vida política, estaba incluida su mujer, Ana Botella.

Hacia la una y media de la tarde terminó el discurso de Aznar, pero no los disgustos de Rajoy. El que fuera su secretario ejecutivo en el área de Libertades Públicas y Justicia, Ignacio Astarloa, anunció a través de una nota que renunciaba a su cargo y a su portavocía en el Congreso. ¿La razón? Su adhesión inquebrantable a la dimitida San Gil y al ya sustituido Angel Acebes.

COMIDA DE LA CUPULA Llegó la hora de la comida y, siguiendo la tradición instaurada en anteriores cónclaves populares, el candidato a la reelección sentó en la misma mesa a Manuel Fraga, Aznar, la nueva dirección del partido y los barones territoriales. Entre plato y plato, ineludible comentar la composición del nuevo comité ejecutivo de Rajoy y sus respectivas cuotas en la misma. E inevitable también, para la mayoría de ellos, observar el rostro de Aguirre, una de las dirigentes más críticas y, también, más sorprendidas por el resultado del 16º congreso. Aguirre no esperaba que quien saliera elegido presidente, con los nuevos estatutos, saliera también candidato a la Moncloa. Ni que Alberto Ruiz-Gallardón fuera premiado en el reparto de cargos. Tampoco ocultó su malestar por el hecho de que, en una supuesta candidatura de "integración", no estuvieran sus colaboradores más directos, ni otros críticos como Costa y Carlos Aragonés. "Integrar a los del botafumeiro es muy fácil", diría luego.

Tras el café, llegó la hora de volver al plenario. La tarde empezó para Rajoy con una de cal --un discurso apocalíptico de Jaime Mayor Oreja, otro disconforme con su estrategia-- y una de arena --la intervención en positivo y mirando al futuro de Soraya Sáenz de Santamaría--.

AUTODEFENSA DEL LIDER Con tanta tensión acumulada, llegó su gran momento. Subió a la tribuna de oradores a pedir la confianza de sus compañeros. O, según se mire, a defenderse de las críticas recibidas en los últimos meses. Empezó admitiendo su derrota y augurando una victoria para las próximas generales. ¿Cómo se logrará esta vez?, se preguntó en voz alta. Sabiendo, se respondió, que el PP tenía "razón" en los argumentos y estrategias desarrolladas en la anterior legislatura, pero reconociendo que eso no es suficiente. "No basta con tener razón. Es preciso que nos la den. No debemos cambiar el rumbo, pero hemos de hacer las mismas cosas, pero mejor", enfatizó.

En este contexto, garantizó la defensa de los mismos principios y valores, subrayó que le sería imposible cambiar a estas alturas y prometió mantener las esencias. Eso sí, sostuvo que quiere ensanchar su caudal de votos y que, para ello, conviene no recrearse en la contemplación de los principios propios, sino comunicar y lograr convencer con ellos "a una mayoría de españoles".

Con ese propósito bajo el brazo, avanzó que el PP debe ser hábil, lo que interpretó como dialogar sin más dilación con otros partidos. Antes, Aznar había dejado dicho en el mismo atril que la receta pasaba primero por ganar y, solo después, dialogar. Obviamente, hay diferencias. Y también nuevos tiempos para un PP que ya tiene presidente y, hasta el 2011, candidato a la Moncloa.