Vicente Muñiz Campos es huérfano de padre y madre desde los 6 años. Sus dos progenitores, Amando y Agueda, una joven pareja vinculada al POUM, el partido marxista y antiestalinista de Andreu Nin, fueron fusilados el 5 de abril de 1941 en Paterna (Valencia) tras un consejo de guerra lleno de irregularidades que les condenó a muerte acusados de auxilio a la República y asesinato. Seis décadas después, Muñiz ha logrado que la sala militar del Tribunal Supremo tome una decisión sin precedentes y acepte revisar la sentencia que llevó a sus padres al paredón.

El auto del Tribunal Supremo ha devuelto la esperanza a Muñiz, que desde hace años pelea para demostrar que sus padres fueron ejecutados a pesar de no haber pruebas contra ellos. Su abogado, Emilio Adán, basó el recurso extraordinario de revisión de sentencia presentado a finales del pasado año en que el tribunal militar franquista que juzgó y condenó al joven matrimonio "infringió el principio de presunción de inocencia". A pesar de la oposición del fiscal, la sala militar del Supremo ha aceptado estudiar si anula la sentencia, algo que hasta ahora había rechazado en todos los recursos similares planteados.

CHOFER Y PORTERA DEL POUM

Pese a la corta edad que tenía en 1936, Vicente Muñiz todavía recuerda que en el pequeño piso de Valencia en el que vivía con sus padres y su hermano menor, José Antonio, durante los primeros meses de la guerra colgaba una bandera del POUM. La vivienda se encontraba en un edificio que había sido incautado a una familia adinerada. Agueda se encargaba de mantenerlo limpio, mientras su marido trabajaba de chófer para el partido.

DETENCION EN VALENCIA

Tras la entrada de las tropas franquistas en Valencia y la derrota de la República, el antiguo propietario presentó una denuncia por usurpación de su vivienda y robo de los muebles. El joven matrimonio del POUM fue detenido por un grupo de falangistas junto a otros miembros del partido.

El abogado Adán está convencido de que si el proceso hubiera seguido el cauce habitual en esos casos, Amando y Agueda hubieran sido castigados con "10 u 11 años de cárcel", después de ser condenados por "auxilio a la rebelión", una acusación que, paradójicamente, los tribunales militares franquistas formulaban sistemáticamente a quienes habían defendido al Gobierno legítimo de la República frente a los militares sublevados.

TESTIGOS DE UN ´PASEO´

Pero no sucedió así. Durante la instrucción, un testigo aseguró que había oído comentar a una persona que ni siquiera identificó que Agueda había participado en un triple asesinato. Luego se retractó y señaló a Amando. La acusación no aportaba las identidades de las supuestas víctimas, ni la fecha o lugar de su asesinato. Tampoco existía ningún cadáver como prueba, lo que no impidió que a partir de ese momento se les acusara también de asesinato.

Adán explica que en el sumario consta que tanto el padre como la madre de Muñiz admitieron en los interrogatorios haber sido testigos involuntarios del asesinato de tres mujeres que habían sido sacadas irregularmente de la prisión de Valencia, pero que negaron tajantemente cualquier implicación en el crimen. Agueda incluso pidió un careo con el denunciante que le fue denegado. Según el abogado, la pareja "no podía ser condenada porque no hubo ningún testigo que contradijera sus declaraciones" y debía prevalecer la presunción de inocencia.

La detención del matrimonio del POUM arrastró a sus dos hijos. "Mi hermano (ya fallecido) y yo --explica Vicente Muñiz-- fuimos internados con nuestra madre en el convento de Santa Clara", que servía de cárcel de mujeres en Valencia. "Estuvimos con ella hasta el día antes de que la mataran". El hombre recuerda que a veces recibían la visita de una tía y las monjas le dejaban salir con ella para dar breves paseos.

RECUERDO DE INFANCIA

"Llevaba --añade-- unos pantalones cortos y mi tía me escondía en un dobladillo notas para mi madre. Luego, ella lo descosía y leía esas cuatro letras. Nunca supe qué decían". Tras la ejecución de sus padres, empezó otro calvario de 13 años en el orfanato de las monjas de Santa Ana. "La mayoría éramos hijos de represaliados. Más que monjas de la caridad, parecían de las SS. No se quitaban la vara de la mano".