Pedro Sánchez ha encontrado en el Rey a un valioso aliado en su aspiración de doblegar a todos para salirse con la suya: gobernar en minoría y en formato monocolor, como ganador de las elecciones. Imagino que ambos leerían al catedrático Xavier Arbós hace unos días, cuando defendió que la Corona tiene cierto margen de maniobra tras la investidura fallida, justamente en cumplimiento de su papel como garante del funcionamiento regular de las instituciones.

Las instituciones no acaban de funcionar porque los líderes políticos del país están absortos en una arriesgada partida de póquer político. Ya pasó en el 2016 y entonces Felipe VI permaneció pasmado y la partida acabó en nuevas elecciones.

Arbós opinaba que la pasividad desgasta al Rey mucho más que una acción prudente en beneficio de la normalidad institucional, un logro que le generaría a Felipe VI una legitimidad democrática que no le viene asociada con su cargo. Esta afinada interpretación constitucional para conceder al Monarca un espacio de influencia donde ganarse un determinado peso político es compartida a bien seguro por el presidente del Gobierno en funciones.

Tras el despacho estival, Sánchez coincidió con las palabras reales deslizadas con ocasión de una foto familiar: lo mejor es encontrar una solución antes de ir a elecciones. En septiembre del 2016, la Casa del Rey ya difundió un comunicado pero mucho más modoso, apelando al diálogo, la concertación y el compromiso entre los partidos. En esta ocasión ha sido menos protocolario.

La solución a la que se refirió el Rey la tiene diseñada Sánchez desde hace meses. Déjenme gobernar en minoría. Se lo dice a todos los grandes. Al PP y a Ciudadanos solo les exige responsabilidad institucional sin nada a cambio; a Unidas Podemos les ofrece una prenda, un acuerdo programático para que le controlen desde el Congreso. Respecto a los minoritarios, formalmente no espera nada de los independentistas, en cambio del PNV y de Compromís busca la comprensión para no quedarse aislado con el amigo cántabro.

En eso está ahora el líder del PSOE, en deslumbrar a Pablo Iglesias con reuniones de todo tipo para marcarle el buen camino de la izquierda generosa con la socialdemocracia pragmática o forzarle a correr el riesgo de ser señalado con Pablo Casado y Albert Rivera como los irresponsables que empujan al país a la parálisis. Que al PSOE le sonrían lo sondeos es solo un dato para entender que los socialistas no dudarán en sacrificarse ante tanta irresponsabilidad de los adversarios y acudirán a las urnas.

Tras la investidura fallida, la desconfianza exhibida entre PSOE y Unidas Podemos está plenamente asentada en la opinión pública y nadie que no sea un progresista optimista (los hay) puede esperar un Gobierno de coalición como el que dejó escapar Iglesias. Sánchez se liberó de un compromiso ante el que era reticente, espera que sus rivales se rindan al sentido de Estado que el Rey predica o se atengan al susto electoral que el CIS les augura.