Pocos jefes de Estado pueden acreditar una experiencia tan rica y una capacidad tan asombrosa para adaptarse al terreno, para inventarse y reinventarse una y otra vez. Don Juan Carlos de Borbón nació en Roma en el "Tercer Año Triunfal" del nuevo régimen y pasó su infancia en Estoril, en un exilio que impuso Franco a su padre "por su bien". En 1948, cumplidos los 10 años, llegó a España y el Caudillo se ocupó de su carrera. Tragó carros y carretas: se vistió de azul, pasó por delante de su padre Juan III, el Rey que nunca reinó, y juró los Principios del Movimiento, "permanentes e inalterables" cuando en 1969 fue designado por Franco "sucesor a título de Rey". Fue su primera invención que consistía en manejarse en la difícil ambigüedad de mantener la confianza del Caudillo sin arruinar las esperanzas de cambio. Una vez coronado procedió a su primera reinvención: respaldó la tarea de Suárez neutralizando a un Ejército que se resistía a desatar lo que se suponía bien atado. Los poderes omnímodos que le transmitió el dictador los aplicó a desmontar la dictadura pero renunció a ellos a cambio de un papel prácticamente honorario en la democracia. Fue su segunda reinvención.

La nueva monarquía no tendría más legitimidad que la que le atribuye la Carta Magna aunque el Rey consiguió cierto reconocimiento a sus derechos históricos. Su calculada ambigüedad expresaba un pacto entre el Parlamento y la Corona pues como decía don Juan Carlos con su desparpajo inimitable: "Hombre, sí, yo sucedo a Franco, pero de quien soy heredero es de diecisiete reyes de mi familia (...) Soy producto de mil leches". Es heredero de 17 reyes y producto de mil leches pero puede ser despedido sin indemnización por un procedimiento reglado.

De la épica a la lírica

El 23 de febrero de 1981 abortó un golpe de Estado que reforzó su legitimidad. Esta fue su tercera reinvención. El Rey que había tutelado el proceso con un intervencionismo excepcional se encierra a partir de entonces en palacio donde debía reinar pero no gobernar. Había pasado de la épica a la lírica, del contrato social al mercantil. En eso la Constitución ha sido muy generosa: no le exige cuentas, recibe regalos ostentosos, etc. La verdad es que no es un icono de lo políticamente correcto. Puede hacer lo que le de la real gana al abrigo de la prensa que optó por la autocensura cuando cultivó amistades peligrosas y emprendió negocios imprudentes. Pero, en fin, lo más peligroso ya ha pasado: se extinguieron las comprometedoras relaciones con Conde y De la Rosa ni se recibe en palacio a Manuel Prado, su amigo y administrador privado. Solo quedan los Albertos que esperan a las puertas de la cárcel una decisión del Tribunal Constitucional.

En un país de escasos monárquicos, Juan Carlos ha conseguido un consenso amplio y nadie puede negar que, a diferencia de su abuelo, Alfonso XIII, ha cumplido escrupulosamente sus deberes constitucionales. Pero las monarquías no se hacen para un solo monarca y esta debe superar la prueba del Príncipe que, a punto de cumplir los 40, ha sentado la cabeza. A este Rey se le ríen todas las gracias pero al Príncipe no se le pasa ni una.

Desde el golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 hasta el pasado verano la monarquía no aparecía en la agenda política. Se mantenía al margen de toda discusión, no tanto por agradecimiento a los servicios prestados, que en política no son decisivos, sino por los servicios que presta en las relaciones internacionales y en las nacionales que son las más peliagudas y sobre todo, porque la alternativa sería peor. Un jefe de Estado elegido en el seno de los partidos, no garantizaría la neutralidad del preestablecido por la herencia, una fuente de legitimidad discutible pero que funciona.

Ayer, 5 de enero, don Juan Carlos cumplió 70 años, una edad en la que se había especulado que abdicaría a favor de su hijo, el príncipe Felipe, tutelando con su popularidad el tránsito del juancarlismo a la monarquía. No es la primera vez que se le sugiere que abdique aunque con intenciones contradictorias, según que las coyunturas perjudicaran al padre o al hijo.

Ahora, la situación se ha complicado y prácticamente nadie considera conveniente que abandone el barco en medio de la tormenta. La verdad es que, según me cuentan quienes le conocen bien, el Rey jamás ha pensado en abdicar. "Ni harto de vino", me decía jocosamente un amigo suyo. Un rey es rey hasta la muerte y parece que don Juan Carlos quiere morir con el cetro puesto.

En campaña

Desde el verano pasado se han sucedido una serie de acontecimientos relevantes: el secuestro de la revista El Jueves que ha planteado los límites a la crítica a la Familia Real y la oportunidad de la sobreprotección legal de la misma; la quema de retratos por independentistas radicales; una campaña no menos incendiaria de Federico Jiménez Losantos; el "por-qué-no-te-callas" del Rey al presidente venezolano Hugo Chávez; y la separación de la infanta Elena de su esposo Jaime de Marichalar.

El Rey se ha reinventado por cuarta vez pasando a la acción: empezó entonando su propia laudatio resaltando su contribución a tres décadas de libertad y prosperidad y ha seguido compartiendo la Nochevieja con nuestros soldados en Afganistán. Y es que parece evidente que Juan Carlos está en campaña.

Pocos dudan de que el Rey reinará mientras viva y su vida puede ser más dilatada que la de su antepasado Luis XIV, el rey Sol de Francia, que enlazó con el biznieto que reinaría como Luis XV dejando con la miel en la boca a los hijos y a los nietos.

Ahora hasta los plebeyos viven mucho y este monarca que se trata a cuerpo de rey podría aguantar en buena forma 20 o 30 años más. Para entonces, don Felipe habrá cumplido 60 o 70 años y doña Leonor empezará a contar no en añitos sino en tacos . La monarquía, así, no está en peligro de muerte súbita.

La ausencia de pasión monárquica se compensa con la inexistencia de oposición al régimen, lo que parece dotar a la institución de una débil salud de hierro. En efecto, resulta curioso que no haya cuajado un partido republicano propiamente dicho. Y es que, al menos la izquierda, y así lo ha declarado José Luis Rodríguez Zapatero, considera a don Juan Carlos un rey republicano.