Cataluña es la pieza que preconfigura el tablero electoral en toda España. El proceso secesionista espoleó el auge de Ciudadanos, precipitó el declive del PP y, ayer, rompió la relación de amor-odio entre ambos partidos, enfrascados desde los comicios del 21-D en una pugna por absorber el voto conservador y centrista. El cisma carece de efectos tangibles en lo inmediato, puesto que Cs respaldará igualmente los Presupuestos, pero tiene una carga simbólica sustantiva. Tanto es así que, después de que Albert Rivera anunciase el cisma, el Gobierno le advirtió de que los españoles juzgarán su «lealtad» con la crisis catalana.

El líder de Ciudadanos había llegado al Congreso de los Diputados con el humor revuelto y espetó un «hasta aquí hemos llegado». Se queja de que Mariano Rajoy lleva cuatro meses sin informarle sobre la situación en Catalunya, que no ha recurrido la decisión del Parlamento catalán de permitir el voto delegado, y, en definitiva, de una aplicación del 155 que considera blanda e insuficiente. «Vigile de cerca lo que pasa en Cataluña», le dijo. Si no lo hace, añadió, Ciudadanos dejará de respaldarle. Rajoy desoyó la amenaza y le llamó «aprovechategui», acusándole de utilizar el conflicto catalán en beneficio partidista.

SOCIO DE INVESTIDURA / La respuesta debió herir a Rivera, que salió airado a los pasillos del Congreso, y dio por roto el acuerdo en declaraciones ante las cámaras, visiblemente enfadado por el trato de Rajoy. Recordó que él es «socio de investidura» del presidente y le reprochó su «inacción». Cuando le preguntaron si su nerviosismo corría en paralelo a la formación de un nuevo Govern y al desvanecimiento de una repetición electoral en la que su partido podría seguir subiendo, respondió tajante y dijo no aceptar lecciones.

El PP admite en conversaciones informales que el tono de Rivera inquietó tanto a Rajoy que el presidente pidió a su coordinador general, Fernando Martínez Maíllo, que sondease con el vicesecretario de Cs, José Manuel Villegas, informa Pilar Santos. Hablaron en los pasillos del Congreso y el popular llegó a la conclusión de que se trata de un «desahogo» sin efectos.

El recado último a Rivera llegó a mediodía desde el palacio de la Moncloa. El portavoz del Gobierno, Íñigo Méndez de Vigo, advirtió a Rivera de que serán los españoles los que juzgarán si se ha utilizado el conflicto catalán con fines espurios. «En temas de Estado es importante la lealtad, la responsabilidad y actuar con madurez», avisó. Y se mostró convencido de que la ciudadanía «valorará» este tipo de comportamiento.

PATALETA DE NIÑO PEQUEÑO / Desde las filas del PP abundan en la idea de que la ruptura de Rivera responde a una «pataleta» de niño pequeño y defienden que la posición gubernamental respecto a Cataluña no admite dudas sobre la voluntad de restaurar el orden constitucional. En Ciudadanos, sin embargo, atribuyen la «inacción» a la caída del PP en las encuestas y a la voluntad de Rajoy de «pasar página» al permitir que «se haga una votación fraudulenta».

El gesto del líder del partido naranja no tiene implicaciones, puesto que el 155 ya está en vigor, pero revela que la pugna por el centroderecha entre PP y Cs ha mutado ya a una guerra electoral abierta.

Cataluña y el nerviosismo por la presión de las encuestas (en direcciones opuestas, pero en ambos partidos) van camino de definir victoria y derrota.