La mañana comenzó como todas las demás. Ducha rápida, gomina abundante, recorte minucioso de bigote y entrecejo, potingue antiarrugas y pantalones bien arriba, tan arriba como la bandera de España a la que Julián Muñoz rinde a diario pleitesía. El himno nacional hace temblar los geranios del patio. Son las 8 de la mañana. Isabel Pantoja y él permanecen cuadrados ante la rojigualda. La estampa se repite dos veces al día. Al alba, la izada. A la caída del sol, la arriada. Después, una escapadita en coche para comprar la prensa a ver qué dicen de ellos. Ayer, la policía quiso adelantarle los titulares: "Julián Muñoz, detenido".

Los orígenes de Julián Muñoz Palomino (Arenas de San Pedro, Avila; 1942) son algo oscuros. Se sabe que llegó a Marbella en 1983 y que, tras unos años trabajando como camarero, abrió su propio restaurante. El negocio le iba mal y las deudas le atenazaban, pero un buen día ocurrió el milagro: "Tuve suerte, me vinieron a buscar para ir a la política y lo vendí todo. Todo lo que tengo se lo debo al sueño marbellí", explicó una vez Muñoz. Corría el año 1991. Jesús Gil estaba a punto de triunfar y había visto en él las virtudes que más valoraba: fidelidad, ambición, testosterona, servilismo y carencia de ideología.

Colección de Rolex

El sueño de la política le fue muy bien. Cachuli, como era conocido aquel camarero risueño y fanfarrón llegado de Avila, se convirtió de la noche a la mañana en Don Julián Muñoz, embutido siempre en inmaculados trajes de hilo blanco y luciendo siempre un Rolex diferente. Lo que tiene Marbella es que nadie roba para esconderlo. Allí la norma es exhibir lo robado. Para eso se inventaron las fiestas de la jet. 40 millones de pesetas llevó colgados de la muñeca Muñoz durante su primer verano en el poder. Baratijas para un hombre que, según Mayte Zaldívar, su exesposa, volvía a casa con bolsas de basura llenas de billetes. "Me encanta ser político. Adoro esta profesión", declaró en el 2003. La justicia tardará en determinarlo, pero la eclosión de su patrimonio no se logra trabajando.

Tan hábil era el camarero amasando fortuna e hipnotizando ciudadanos con prebendas municipales que Jesús Gil acabó viendo en él a su perfecto sucesor. Muñoz se ganó la confianza del gran capo con sigilo, humildad y asumiendo riesgos que otros rechazaron. Por asumir esos riesgos aún tiene 100 causas pendientes con la justicia malagueña. Para Gil, Muñoz era otra marioneta más. Aun cuando ya era teniente de alcalde y su popularidad crecía entre las asociaciones de vecinos, Muñoz seguía siendo el camarero del Club Financiero Inmobiliario, base de operaciones de Gil, en un despacho presidido por un fresco de la familia Corleone. Cachuli callaba y esperaba. Algún día dejaría de servir.

Cuando en el 2002, por fin accedió a la alcaldía tras la inhabilitación de su mentor, lo tenía casi todo. Todo, menos la popularidad con mayúsculas. Para cubrir esa parcela apareció en su vida Isabel Pantoja. Ella necesitaba un cid vividor que pusiera en orden sus negocios. Y él, una viuda de España para meter los bigotes en la prensa rosa. Los corazones y los intereses de Muñoz y Pantoja estaban destinados a cruzarse. Traiciones políticas, guerra de clanes y ambiciones urbanísticas aparte, hay mucho de celos en la historia de Julián Muñoz. Gil, cuyo afán de protagonismo no va a ser descubierto ahora, empezó a notar algo raro un día de julio del 2003, en los toros. La gente ya no se fijaba en él, sino en el novio de la Pantoja. Aquel día se dio cuenta de que el capataz que había puesto en el cortijo no solo pasaba de servirle los cafés, sino que tenía ambiciones. Entonces entonó su frase favorita --"ya pagará el francés el vino que se bebió"-- y se fue a por él. Aquella tarde Muñoz quiso besar a Gil. La plaza rugía. El delfín buscando al tiburón. Gil le negó el beso. Estaba sentenciado. ¿Capichi?

Marbella asistía también a una lucha de modelos estéticos: el rociero y católico de Muñoz y el zafio y sudoroso de Gil. Frente al sexo rápido y al dinero rápido, el gran reclamo de Marbella desde que Gil salió chapoteando con las mamachichos , Muñoz proponía gomina, Rolex y Virgen del Rocío. Lo que Muñoz vendía no era sexo, sino amor verdadero y tonadillero. Quizá ahora todo el camino quede libre para Isabel Pantoja. De viuda de España a doliente amor de presidiario, tiene todas las cartas para presentarse a la alcaldía de Marbella y arrasar como Schwarzenegger en California. Ella es la única que ha sacado tajada de los dos. A finales de los 90, Pantoja atravesaba un mal momento económico y el padrino Gil le prestó 300 millones de pesetas. Verla luego con Muñoz le provocó al capo más de una úlcera.

Julián Muñoz comenzó a cogerle gusto al sillón del poder en 1999, tras la tercera victoria electoral de Gil. Mientras ante el jefe seguía siendo el camarero, en los plenos, a los que Gil nunca acudía, le cogió gusto al ordeno y mando, y presuntamente, al ordeno y mango. Presidió la mayoría de los plenos y todas las comisiones de Gobierno. Gil pasaba del protocolo democrático. Muñoz dejó de ser un siervo de Gil y se convirtió en un enemigo interno con carisma que le podía hacer sombra. José María del Nido, presidente del Sevilla y abogado de Muñoz, le había despertado la ambición. Muñoz fue a por todas y amenazó a Gil con concurrir bajo otras siglas a los comicios del 2003. Hubo un intento de paz, más forzado que real.

´Salsa rosa´

En el 2004, los propios protagonistas invitaron a la policía a emprender la operación Malaya. Desde el plató de Salsa rosa se acusaron mutuamente de ladrones y corruptos y hasta ofrecieron pistas, que luego no refrendaron ante la fiscalía. Los dos callaron. Demasiadas cosas que ocultar. Gil planeó su venganza. "Irán todos a la cárcel", vaticinó. Bien sabía él que su imperio de corrupción, demagogia y despotismo no sobreviviría a su persona.

Después de haberse beneficiado de la bendición del gilismo, Julián Muñoz intentó evitar el hundimiento de la pirámide de corrupción pactando con la Junta de Andalucía una paz urbanística, borrón y cuenta nueva. Pero Gil fue a por él. Y él se fue a por los gilistas. Y Don Jesús partiéndose el pecho con Imperioso en el mausoleo.