Marraquech, la Ciudad Roja, fue ayer rojigualda. Con motivo de la visita del rey Juan Carlos I, toda la urbe, que recibe ese apodo por el tono de terracota de sus edificios, había sido engalanada con miles de enormes banderas españolas que se alternaban con la enseña marroquí, la estrella verde de cinco puntas --símbolo de los cinco pilares del islam-- sobre fondo rojo.

El hermanamiento banderil sólo era roto por algunos carteles publicitarios, más prosaicos, en que se anunciaba que, por la compra de un frigorífico, se regalaba un fabuloso cordero, pues en los próximos días se celebrará el Aid Al Adha, la fiesta del sacrificio.

Ni un metro libre

Mohamed VI quería dar a Juan Carlos I un recibimiento espectacular y lo consiguió. Para ello eligió Marraquech, la ciudad con más encanto del país y de la que Marruecos toma su nombre. Decenas de miles de marroquís se pasaron la mañana agolpados en las avenidas que formaban el recorrido real. Ellos dieron el calor humano, ya que del térmico se encargó un sol que caía como un sartenazo.

Los dos reyes saludaron a la multitud desde un coche descapotable que les llevó del aeropuerto al Palacio Real y de allí al Palacio Jnan Kebir (el Gran Jardín), un recorrido de unas decenas de kilómetros en el que no había ni un metro que no estuviera lleno de gente.

Para conseguir reunir a tamaña multitud, las autoridades declararon ayer día festivo en la ciudad y, por si no bastaba con los habitantes de Marraquech, movilizaron a los pueblos de alrededor, trayendo a sus habitantes en autobuses. Entre el gentío había colegios enteros de niños que, por conseguir la mejor atalaya, algunos hasta treparon a las palmeras.

Funcionarios del Gobierno marroquí repartieron entre los asistentes miles de banderitas de España y Marruecos, así como fotografías de ambos reyes. Algunos músicos y saltimbanquis, colocados en primera fila para dar ambiente, se encajaron esas fotos en los turbantes. De hecho, entre la multitud estaban representantes de todos los estilos musicales marroquís, desde grupos de gnauas, los descendientes de los esclavos traídos en los siglos pasados de Senegal, hasta coros bereberes y conjuntos de cantantes árabes.

Chilabas coloridas

Algunas mujeres levantaban coloridas chilabas colgadas en palos a modo de espantapájaros y con un ramo de flores por cabeza. "Es una tradición bereber para dar la bienvenida", dice Farida, una anciana.

"Me siento feliz de ver al rey Juan Carlos con nuestro rey", afirma Mohamed, un habitante de la ciudad, que no perdía el buen humor pese a llevar varias horas de espera. "Nuestros reyes --exclama-- son hermanos; nuestros pueblos son hermanos; así que lo que tiene que haber entre nuestros Gobierno es acuerdo y cooperación".

La policía, que contenía a la masa tras unas vallas, sólo dejaba pasar a los turistas, dejándoles mirar desde primera línea. Entre los visitantes, Emilio, un alicantino de vacaciones en Marraquech, comentaba: "He tenido que venir a Marruecos para poder ver en persona al Rey".

La pasión se desbordó cuando Mohamed VI y Juan Carlos I, en la plaza Bab Jedid, se bajaron de los coches y se acercaron a saludar a la gente que pugnaba por poder dar la mano al monarca español o besar la del marroquí, como manda la tradición.

Un símbolo

"Muchos de los que están aquí no saben ni quién es Juan Carlos", dice Salma, una estudiante marroquí. Cuando se le explica el modelo de monarquía constitucional vigente en España, Salma comenta: "Así que sólo es un símbolo y que el que manda es el presidente del Gobierno, elegido por el pueblo. Eso está muy bien. Sería bueno que Marruecos también fuera así".