Dicen que nadie olvida la primera vez. Sobre todo si se hace en un hemiciclo. Quienes presenciaron ayer el primer duelo de José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy en un debate sobre el estado de la nación difícilmente podrán borrar de la memoria cuanto vieron y escucharon en la casa del pueblo. En concreto, lo que soltó el líder del PP al presidente y lo que bramaron las huestes conservadoras desde su bancada.

Rajoy tuvo la oportunidad de elegir entre ser fiel a su imagen de hombre agudo y amable --lo es si se lo propone-- o acatar la línea Aznar . Optó por lo segundo. Pocas veces en el Congreso un dirigente ha exhibido tal carga de agresividad y virulencia verbal como la que mostró ayer el líder conservador.

Guardián de las esencias

Más que hablar a los ciudadanos, Rajoy habló a su partido, donde un año y nueve meses después de su designación como sucesor aún lucha por afianzar el cetro. Les vino a decir a sus correligionarios que no teman, que las esencias de España y de la Iglesia triunfante están a resguardo bajo su batuta. Que él, pese a su aspecto comodón, es un timonel tan implacable como el inolvidable José María el Grande.

Los suyos le ovacionaron de pie, como a un César. Lo cual no garantiza que no acaben echándolo a los leones. Sacrificios más grandes se han visto en la historia del PP.

"Señor Aznar"

Zapatero aguantó la andanada sin perder la compostura, pero muy indignado. Disertó socráticamente sobre la importancia de la "sonrisa" en la política, pero lo hizo sin sonreír y con los carrillos crispados. Su única salida de tono con el adversario fue llamarlo en un desliz "señor Aznar", pero en el acto le ofreció disculpas. Recordó Zapatero a Tony Blair, aquel bambi británico al que sus rivales creían poder zarandear a su antojo y que se reveló como un gallo fino de pelea.

En la tribuna, el padre y el hermano mayor del presidente, ambos de nombre Juan, y la esposa, Sonsoles Espinosa, siguieron el duelo con atención, sin alterarse por los ataques de Rajoy contra el vástago del clan. Los Juanes se marcharon de regreso a León poco antes del final del cara a cara. En la misma tribuna, el líder socialista vasco, Patxi López, escuchó inmutable los vaticinios del apocalipsis con epicentro en Euskadi que predicaba el líder conservador.

La batalla sobre el estado de la nación comenzó al mediodía, en medio de una frenética expectación. Zapatero y Rajoy llegaron solos en sus respectivos coches oficiales. Los familiares del presidente entraron por la puerta de control, a diferencia de Ana Botella, mujer de Aznar, que solía ingresar por la puerta de invitados especiales.

Entre la intervención inicial de Zapatero y la réplica de Rajoy, el presidente de la Cámara, Manuel Marín, flanqueado por la bandera española y la europea --que se estrenaba en el hemiciclo--, levantó la sesión para el sagrado ritual del almuerzo. Zapatero comió solo en un despacho: ensalada, filete, macedonia de frutas. Su familia acudió al comedor del Congreso.

Más preocupado en preparar su respuesta que en almorzar, Rajoy se reunió con sus lugartenientes en un despacho de la primera planta de la Cámara: Angel Acebes, Eduardo Zaplana, Soraya Sáenz de Santamaría, Francisco Villar... y el gurú de las encuestas Pedro Arriola. ¿Qué dirán hoy los sondeos?