Cualquiera que se hubiera dado una vuelta por la calle Ferraz a la hora del cierre de los colegios electorales habría pensado que la noticia no estaba en sede del PSOE sino en la acera de enfrente. Hasta bien caída la noche estuvieron sonando, a todo trapo y en un bucle sin fin, los sones de El novio de la muerte y del himno nacional desde una escena de ventanas de las que colgaban banderas de España, carteles de Vox y un rollo de papel de envolver regalos en cuyo reverso blanco habían pintado: «Queremos a Susana». En otra ventana colocaron una publicidad del PSOE tuneada con el lema: «La España que NO queremos».

La afrenta vecinal puso color al arranque de la noche electoral en la puerta del cuartel general socialista, donde los simpatizantes y curiosos que iban llegando se dedicaban a hacer fotos a los rebeldes de enfrente entre carcajadas como si retrataran a las fieras de un zoo. La cosa se animó cuando un vecino de una planta superior colgó una bandera de la República provocando una revuelta en las ventanas de abajo, desde donde empezaron a lanzar vivas a España como si les fuera la vida en el grito. Por momentos parecía que en cualquier instante iba a aparecer Loles León para poner orden en el bloque de Aquí no hay quien viva.

Momentos de perplejidad

A esas horas, la incertidumbre del recuento, que acababa de dar comienzo, unida a la guerra desatada por los vecinos de Vox, provocó situaciones de perplejidad en la acera socialista. De repente apareció un coche haciendo sonar el claxon y lanzando vivas y aplausos, pero la concurrencia no supo interpretar si eran a favor de ellos o era un nuevo desafío de simpatizantes de Abascal.

La noche cambió de signo después de las nueve y media, cuando empezaron a conocerse los resultados que avanzaban la inminente victoria socialista y por la calle Ferraz hizo aparición el coche de Pedro Sánchez entre gritos de «presidente, presidente». Con los datos a favor y teniendo al líder ya en casa, la troupe socialista se vino arriba y desde la puerta de la sede hubo quien se atrevió invitar a gritos a los de enfrente: «¡Que se tiren, que se tiren!».

A partir de esa hora, con la calle ya cortada al tráfico y la calzada ocupada por los simpatizantes del PSOE, que ahora sí comenzaron a llegar en riadas, la noche se convirtió en la fiesta que el partido había preparado, con ondear de banderas rojas, potentes focos iluminando el edificio socialista desde el portal de los vecinos rebeldes y la megafonía sonando a todo volumen, aunque insuficiente para tapar los gritos de «ista, ista, ista, España es socialista» y «trifachista el que no vote» que empezó a corear la multitud.

Era aquí donde se respiraba la euforia y no en el interior la sede, donde los cargos y asesores del partido seguían el recuento sin desmelenarse. Esta vez tampoco fue bajo techo donde habló Pedro Sánchez, como hizo en las dos últimas noches electorales, sino en el escenario que el partido había preparado para el líder en plena calle. Desde la acera de enfrente, abiertas de par en par, las ventanas de los vecinos de Vox asistieron al saludo del ganador de la noche en silencio. Sánchez había hecho callar al novio de la muerte.