La inexistencia de una guerra civil, para la derecha, y de un golpe militar (por lo menos, exitoso), para la izquierda, ha fundamentado el paradigma explicativo de una transición pacífica, en la cual tanto el Gobierno como la oposición bailaban al son que tocaba el Rey.

Sin embargo, la realidad es que el alumbramiento de la democracia en España se tiñó de sangre. Desde la muerte de Franco hasta la victoria electoral socialista de 1982, cerca de 500 personas perdieron la vida en atentados terroristas, de distinto signo, y setenta y seis más como consecuencia de la actuación de las fuerzas de seguridad del Estado. Más o menos, un muerto cada cuatro días y medio. Curiosamente, en la revolución de los claveles portuguesa, un clásico golpe militar, seguido de un modelo de cambio de régimen político netamente rupturista, tan solo se contabilizan, entre los años 1974 y 1976, 21 muertos.

La violencia política impregnó la atmósfera del tránsito español de la dictadura a la democracia. Son años en que ETA mata a destajo, los GRAPO le van a la zaga, la extrema derecha campa por doquier y a la policía se le va la mano en las manifestaciones y en las comisarías. Hoy nadie se acuerda del joven Carlos Gustavo Frecher, que cayó al suelo con la cabeza destrozada por una bala de goma al final de la Diada de 1977 en Barcelona, ni de Gustavo Adolfo Muñoz, muerto en la manifestación del año siguiente por disparos de la policía.

La estrategia de tensión

La estrategia de la tensión alimentada por el núcleo duro del franquismo, acompañada de las acciones más atrevidas de los GRAPO, llegó a su clímax en la semana del 23 al 29 de enero de 1977, que el director Juan Antonio Bardem, con la ayuda del periodista Gregorio Morán, plasmó en la película 7 días de enero. Rodolfo Martín Villa, el ministro de Gobernación de aquella época, reconoce sin tapujos que fue el momento más peligroso de involución política de la transición. Treinta años después, merece la pena recordar los acontecimientos de aquella semana sangrienta, que cortó la respiración al país y dejó un rastro de diez muertos.

Los resultados del referendo para la reforma política, celebrado el 15 de diciembre de 1976, encendieron todas las alarmas a los nostálgicos del franquismo todavía incrustados en los aparatos del Estado. La revista ultraderechista Fuerza Nueva había popularizado el lema: "Franco hubiera votado no". Pues bien, los noes alcanzaron un exiguo y ridículo 2%. El famoso bodrio de democracia orgánica franquista se iba al garete y se abría las puertas a la elección de unas Cortes pluripartidistas mediante sufragio universal.

A la derrota en las urnas, había que añadir la preocupación por la vida de Antonio de Oriol y Urquijo, miembro del Consejo del Reino y presidente del Consejo de Estado, destacado representante del búnker, secuestrado por los Grupos de Resistencia Antifascista Primero de Octubre (GRAPO). Antes de finalizar el año, el 30 de diciembre, el mismo día en que el Consejo de Ministros disuelve el odiado Tribunal de Orden Público, Santiago Carrillo es puesto en libertad.

El mes de enero de 1977 arranca con un dura huelga en el sector del transporte privado, liderada por el dirigente de CCOO Joaquín Navarro. En el Sindicato Nacional del Transporte, encabezado por Vicente García Ribes y su hijo Juan García Carrés (el único civil procesado por el golpe de Estado del 23-F de 1981), se concentra uno de los núcleos más duros del sindicalismo vertical franquista. El peón de los García era Francisco Albadalejo, secretario provincial de Madrid, un falangista violento y con aires de matón al que le gustaba enseñar la pistola que llevaba en la sobaquera. La confrontación laboral sube de tono y Navarro recibe amenazas de muerte.

El domingo 23 de enero está convocada en Madrid una manifestación proamnistía. El búnker decide pasar a la ofensiva ante la presencia cada vez más numerosa de la oposición democrática en la calle y la pasividad policial, maniatada por los traidores reformistas. En un cruce de la calles cerca de la Gran Vía, un guerrillero de Cristo Rey asesina a sangre fría y por la espalda, de un disparo, al estudiante Arturo Ruiz e incrusta una bala en el pecho de Florencia Marcano González, que conseguirá, milagrosamente, salvar la vida. La policía mira al otro lado.

El lunes 24 de enero, el país se desayuna con la noticia del secuestro del teniente general

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