Gay Talese, maestro del periodismo americano del último medio siglo, decía hace unos días que el personaje periodísticamente más atractivo de la increíble y triste historia de la presunta agresión sexual del presidente del FMI sobre la camarera de un hotel de Nueva York, era la camarera, aunque pareciera, por el relumbrón de Dominique Strauss-Khan, un actor más ensombrecido.

Pues bien, a la campaña electoral que ahora termina le ha ocurrido algo similar, que lo más atractivo periodísticamente hablando de ella ha sido ese actor inesperado, que empezó siendo episódico y ha terminado en protagonista, que han constituido quienes hemos convenido en llamar ´los indignados´. No solo porque se ha colado de rondón en la vida española, sino porque su mensaje se ha alzado sobre las promesas de los partidos con la fuerza huracanada de lo que parece verdadero. Rodríguez Ibarra, que no ha perdido el olfato para el titular, ha definido, creo, mejor que nadie a los indignados: "No son anti-sistema; es el sistema el que está contra ellos".

Su atractivo, además, radica en que, a diferencia de quienes los consideran como elementos anticampaña, como si fueran el envés de la política, los concentrados en las plazas de las ciudades españolas han sido quienes más nítidamente han hecho política estos últimos días: no he visto un programa electoral más claro que el presentado por los concentrados en Sol. Un programa para soñar en una sociedad más participativa y que no me extraña que inquiete a los dormidos, a los plácidamente apoltronados. Un programa que traza la línea divisoria precisamente entre esos dos verbos. E invita a elegir: o soñar, o dormir.