Arturo Cubillas llegó a Venezuela en mayo de 1989, un mes después de que el Gobierno español y ETA finiquitaran sin éxito las conversaciones de Argel. Los presos que se hallaban en tierras argelinas fueron saliendo hacia América Latina. Cubillas recaló en Venezuela, donde ya habían aterrizado un buen número de etarras desde 1984, todos con la etiqueta de "exiliados políticos". Al poco de llegar Cubillas, el entonces presidente venezolano, Carlos Andrés Pérez, formalizó con Felipe González las recepciones.

País ducho en la integración de españoles, Venezuela tenía una singularidad que le diferenciaba de México, Cuba o Panamá, adonde también llegaron etarras. Quienes se establecieron en Venezuela gozaron de mayor libertad de movimientos. Y el asilo político se relajó todavía más con la llegada de Hugo Chávez. Una ventaja que allanó, por ejemplo, los contactos con la guerrilla de las FARC.

De los 60 miembros de ETA que viven hoy en Venezuela, la mayoría se reinsertaron. La justicia española reclamó a los más sanguinarios, que se mueven en la clandestinidad. El resto, no menos encubiertos, son los más activos. La financiación, la acogida de presos y el entrenamiento pasan por sus manos. Cubillas es el cabecilla de este grupo.

¿El último santuario de ETA? Para aquellos etarras que ocupan cargos institucionales (como Cubillas) o que han puesto en marcha sus propios negocios, Venezuela les ha funcionado como una larga sesión de balneario.