Sanaida ya crecía con genio cuando el terremoto del 12 de enero hizo añicos su casa y sus piernas de cuatro años, y la condenó a no caminar. Así iba a ser hasta que su destino se cruzó con el Castilla , el buque de asalto de la Armada que desde hace dos meses auxilia a la población de Petit Goave.

Tras más de 20 días hospitalizada en la embarcación militar, Sanaida se recupera escayolada de las dos piernas, de los tobillos a las inglés, en el endeble tenderete de sábanas y plásticos que su familia tiene como nuevo hogar en el campo de desplazados número 14 de la dolorida ciudad. El martes la visitaron a pie de colchón el capitán enfermero Luis Nevado y el teniente coronel farmacéutico Curro Pallarés. Mientras el primero le vacunaba, el segundo la entretenía al grito de: "¡Viva el Betis!". A lo que Sanaida respondió con los gritos desesperados de cualquier niño ante una jeringuilla.

"La princesa"

"Es la princesa de esta misión. Si esta niña camina, que lo hará, solo por ella habrá valido la pena estar en Haití", explica el teniente coronel. Por Sanaida y por los habitantes de esta ciudad de 20.000 habitantes junto al mar que ya saludan en español a los militares a su paso. El equipo sanitario forma parte del grueso de 440 militares que zarparon hace dos meses de Rota, en Cádiz, para ayudar a los haitianos. Su destino era Petit Goave, una población a unos 70 kilómetros de la capital Puerto Príncipe, que el terremoto destrozó, solo en el centro, el 70% de sus edificios, como el ayuntamiento y la iglesia, dejando más de 2.000 muertos que ni pudieron poder ser enterrados en el agrietado cementerio.

Aunque el seísmo se llevó hasta el último resquicio de vida cotidiana, la actividad regresa con lentitud y los únicos 12 policías que sobrevivieron de la comisaría del distrito centro ahora viven y trabajan en tiendas, a las puertas del pedregal que un día fue la comisaría.

Vacunar a menores

A Sanaida, como al resto de niños menores de ocho años que viven en los 28 campos de desplazados, los militares españoles la han vacunado de difteria, tétanos, tosferina, sarampión y rubeola. Durante estos dos meses, y coordinados con la Organización Mundial de la Salud (OMS), que ha sido quien ha suministrado las vacunas, los militares han organizado las vacunaciones, campo por campo. Y no ha sido fácil pinchar a cerca de 11.000 personas.

Cada asentamiento tiene su coordinador y unas reglas que impiden a la población de un campo recorrer los 100 metros a pie que le separan de otro para que sus habitantes sean vacunados. Eso ocurrió el martes.

A los militares les habían prestado el porche de una casa para organizar la vacunación. Un lugar perfecto que permitía organizar con orden el dispositivo. Funcionó tan bien que intentaron que los del campo 23 subieran a pie. Imposible. "El coordinador nos dijo que ellos no se movían. Lo hicimos nosotros", reconoce el teniente coronel.

Sanitariamente, las prioridades de ahora tienen poco que ver con el terremoto. "Se trata de una asistencia propia de un país pobre", explica el comandante Juan Cascante, médico de medicina preventiva, que ha vuelto a asistir a una parturienta. Y lo cuenta tan emocionado que se nota lo mucho que, como al resto de la misión, le costará abandonar el país. ¿Qué será de esta gente cuando se vayan? "Los haitianos tienen que aprender a curarse solos", dice. Por eso, la prioridad es formar enfermeras.

Y una de ellas se quedó al mando de la aguja de vacunación cuando el teniente coronel Antonio Fe fue a visitar a una niña que tenía una mano con muy mala pinta. Agarró lo que pudo y se acercó a visitar a Alexandrina, de dos años. Su madre, Sonia, la vistió con su mejor prenda. Almidonado de encajes y volantes blanco, que arrancó el primer piropo del doctor.

Quemadura

"Tan guapa, seguro que eres valiente", le dijo. A su lado, Jacob, coordinador del campo y con nociones de español, colaboró traduciendo al creole al médico. Hace tres días, Alexandrina se quemó la mano derecha jugando con un plástico quemado. La herida estaba abierta, infectada, y la niña lloraba.

Pero su llanto no fue comparable a los gritos que lanzó cuando el teniente coronel le tuvo que arrancar con los dedos, ante la ausencia de pinzas, la piel para desinfectarle la herida, antes de poder vendarla con gasas y esparadrapo. Y eso que solo fue una primera cura de urgencia, como las vendas que cubren el corazón de los haitianos, algo provisional, para salir del paso.